De poco sirve la verdad si la mentira enfanga

 

Paisaje apocalíptico de Ludwig Meidner

De poco sirve que las estadísticas demuestren que la ocupación de viviendas de forma ilegal represente el 0´1 % siendo en su mayoría viviendas de bancos, fondos o grandes tenedores, si elegimos la desinformación que alimenta el miedo y la percepción de inseguridad de quienes sólo buscan la distorsión de la realidad para lucrarse políticamente.

Es mentira que si nos vamos de vacaciones los okupas se puedan quedar con nuestra casa porque la ley reconoce esa ocupación como allanamiento de morada y la policía los desalojaría en pocas horas sin orden judicial.  Es mentira que los okupas tienen más derechos que los propietarios porque la ley protege la propiedad privada y sólo a las familias vulnerables en riesgo de desahucio legal, que no a los okupas, se les destinan programas de ayuda social. Es mentira que los okupas nos puedan cambiar la cerradura sin que nosotros podamos hacer nada, porque la policía intervendría directamente. Son todas mentiras, que a fuerza de repetición quieren convertirlas en verdad, como la de que los delincuentes son siempre inmigrantes.

De poco sirve que las estadísticas aseguren que la criminalidad se ha reducido en España y que no existe relación entre ella y la inmigración si preferimos creer las mentiras de los discursos de odio de quienes ensucian la convivencia para sacar réditos políticos.

Vincular delincuencia con inmigración es un viejo truco propio de partidos racistas de ultraderecha, como el que ocupa escaños en nuestro Congreso de los Diputados, con el fin de polarizar a la sociedad y conducirla a sentimientos de rechazo, intolerancia y violencia.

La xenofobia que predican la intentan justificar con palabras genéricas que no dicen nada, porque no tienen nada que decir, como que los inmigrantes tienen que integrarse en nuestra sociedad. ¿Qué quieren decir con ello, que coman bocadillos de calamares en Madrid o beban gazpacho en Sevilla, o que dejemos nosotros de comer arroz, porque lo introdujeron los árabes en Al-Andalus, antes de que los Reyes Católicos les echaran de las tierras que durante 700 años habitaron?

Las personas que llegan a España procedentes de otros lugares nunca lo hacen por gusto, como nosotros tampoco lo hicimos al emigrar del sur al norte o con maletas de cartón a Alemania. Las duras realidades de sus países de procedencia es el motivo que les hace abandonar lo que más aman y viajar hacia lo desconocido, deseando encontrarse con personas que les comprendan y les tiendan la mano (casualmente el mensaje cristiano que esos mismos que encienden los leños de la intolerancia afirman abrazar). Y ya en los países que consideran su balsa de salvación, claro que se integran, aunque nos les gusten los calamares o sean alérgicos al tomate. No tienen otra opción porque vivir significa integrarse en el medio, intercambiar, compartir, aprender y lo que es más importante, respetar a nuestros mayores y a nuestros hijos a los que cuidan, ocupar puestos de trabajo que nadie quiere y evitar conflictos sabiéndose en el punto de mira. Así son las personas de otros países que conviven en nuestro país, al igual que fuimos nosotros cuando la circunstancias nos asemejó a ellos.

Sin embargo, de poco sirve recordar esto cuando el objetivo está claro: transmitir la falsa idea de que vivimos en una sociedad insegura, con falta de trabajo y deficiencias en los servicios públicos por culpa de la inmigración para provocar dos sentimientos: el de la desafección por la política que lleva a la abstención en las urnas y el de ira que hace elegir a partidos de extrema derecha como los que están detrás de la violencia de Torre Pacheco.

Este incidente es el que les sirve ahora para justificar su propuesta de deportaciones masivas, vetadas por la legislación europea y por la española y que nos recuerda a las practicadas por los nazis, solo que a diferencia de ellos que alardeaban de pureza aria, estos nuevos xenófobos tienen apellidos extranjeros como “de Meer”, "Smith", "Tertsch" o son directamente de origen extranjero como la diputada Monasterio y el diputado Garriga . Ellos y ellas tuvieron la fortuna de que nadie quiso deportarles cuando llegaron a España y nosotros y nosotras tenemos ahora la oportunidad de elegir qué tipo de sociedad queremos ser.

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