Ha sido el sonido profundo, repetitivo y catártico de la banda sonora de Sirát, el que me ha sacado del silencio voluntario de cinco meses, en los que los gritos desgarradores de Palestina y la inhumanidad gloriosa de Trump me habían bloqueado.
Sirát ha conseguido que vuelva a latir en este ciber espacio al unísono de sus altavoces, cuyo predicamento sí se escuchaba en el desierto.
Esta película de Oliver Laxe, que como Conrad transita hacia el corazón de las tinieblas, es un virtuosismo cinematográfico no exento de crueldad. El propósito de su autor, que se distancia de lo que muestra dando impresión de poca empatía, va más allá de la metáfora que pueda haber querido contarnos. Es la experiencia del cine lo que le preocupa. Su capacidad de provocar emociones, de tornar nuestros estados anímicos y lograr que sus imágenes permanezcan en nuestra memoria. Laxe, en esta película nos hermana con el público de los hermanos Lumière que se levantó de las sillas al creer que el tren les atropellaría. A diferencia de aquellos espectadores y espectadoras, no nos levantamos de las butacas porque estábamos pegados a los asientos como en una suerte de síndrome de Estocolmo.
Quizás este sea el cine puro que mencionaba Dulac y al que aspiraba Vertov, en el que la dirección, la iluminación y el montaje obran como auténticos demiurgos dejando la historia, a medio esbozar, para futuros debates.
Así, en Sirát el desierto es un personaje más con igual protagonismo que los devotos del rave. Es su árida inmensidad la que los fagotiza y atrae como las sirenas a los navegantes hacia las rocas, arrastrándolos hasta la oscuridad. Y para ello Oliver Laxe nos regala la hermosa secuencia de los camiones circulando en la espesura negra de la noche asemejándolos a batiscafos orientados tan sólo por la luz de sus focos.
Pero el cine también es relato, crítica y documental y de todo esto hay en Sirát, pero a conciencia, en pequeñas dosis. Es el viaje al infierno tras el que Sergi López, con una interpretación magistral, dejará lo más querido, como Orfeo a Eurídice. Es un escenario que se intuye apocalíptico, un Mad Max español, en el que la humanidad se personifica en refugiado reduciéndose a su mínima expresión. Y es un retrato de la experiencia de una rave en la que el director no se posiciona, pero tiene el valor de convertir en protagonistas a sus outsider, a los que añade el interés de no ser actores profesionales y que sin embargo actúan como si lo fueran.
Sirát, producida por los hermanos Almodóvar, que no dan "puntá" sin hilo, es una experiencia cinematográfica no apta para los amantes de Disney y especialmente ideada para los aficionados a los deportes de riesgo.
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