Si de Charles
Dickens se dice que fue el hombre que inventó la Navidad, como lo expresa el
título de la excelente y sin pretensiones película británica de Bharat Nalluri del
año 2017, Fran Capra la rubricó con su obra maestra Qué bello es vivir.
Esta película que
no aparece en casi ningún manual de cine sobre las mejores películas de la Historia
cinematográfica y que le costó a su director una importante ruina económica, es
hoy uno de los más hermosos referentes navideños de Estados Unidos y también de
mi familia, que cada año la ve en la televisión enmarcada con adornos navideños.
Qué bello es vivir de 1946 reúne los
mismos arquetipos de Dickens y plasma similar mensaje en relación a la bondad y
generosidad que el ser humano es capaz de albergar a pesar de las inclemencias
de la vida.
Ambas obras llevan
implícitas una tímida apología socialista y una clara denuncia anticapitalista
que pudiera ser el motivo de la mala acogida que tuvo el film el año de su
estreno. Dickens, sin embargo, disfrutó del éxito desde su primera edición en 1843.
Y ambas obras
coinciden en atribuir a una intervención mágica la epifanía de su protagonista.
A Ebenezer Scrooge se le aparecerán durante la noche del 24 de diciembre los
tres espíritus que le mostrarán las sombras de lo que fue y de lo que será
logrando su sincero arrepentimiento que le llevará a cambiar el rumbo de su
vida. Y a George Bailey será un ángel a la espera de unas alas quien le rescate
de la siniestra oscuridad en la que la tragedia lo había sumido.
Cualquier momento
es una buena ocasión de ver una maravillosa historia de hombres y mujeres
ejemplares que han trascendido su propia época, pero en Navidad, leer Cuento de
Navidad de Dickens o ver alguna de sus múltiples versiones cinematográficas y
disfrutar de Qué bello es vivir se convierte en una oportunidad irreprimible
que debería contagiarse como la bondad y generosidad que ambas despliegan.
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