Noche Vieja: más de 4.000 años de festividad

 


La conmemoración del último día del año no es un invento de ayer, ni siquiera de hace 2.000 años, los que llevamos de memoria del que pudo ser Rey Jesús, según Robert Graves. La fiesta del 31 de diciembre es una larga tradición que se remonta al origen de nuestra civilización que surgió en tierras lejanas entre el río Tigris y el Eúfrates como celebración de renovación de lo viejo por lo nuevo.

A ello se deben los excesos que marcan estos días de festividad y que también los antiguos romanos impusieron como costumbre en sus Saturnales. Como ellos, ahora nosotros adornamos nuestras casas con ornamentos de color verde para recordarnos la continuidad de la vida y encendemos velas para contrarrestar la oscuridad del invierno. La llegada de la luz tras la oscuridad, de la vida tras la muerte y la renovación de nosotros mismos con nuevos propósitos para el año que entra.

4.000 años de tradición convierten esta noche en una auténtica creación que trasciende el tiempo y el espacio, que nos une en una fiesta que celebra a modo de carnaval el regocijo de lo que se va por lo que viene. Los enmascarados, los banquetes, las procesiones, las luces, los regalos y los cantos ya formaban parte de aquella ancestral celebración en la que el dios mesopotámico Marduk o Enil, aún más antiguo, había derrotado a los monstruos del caos y de un mundo sin forma y vacío había formado un mundo ordenado y creado la humanidad.

Esta batalla que se recordaba cada final de año permitía a los mesopotámicos abordar el Año Nuevo purificándose de los males del año anterior, renovando fuerzas para afrontar el nuevo y buscando un sustituto o chivo expiatorio de los males cometidos. El rey debía morir al finalizar el año y acompañar a Marduk al mundo inferior para combatir a los monstruos del caos, mientras un nuevo rey era coronado.  Fue así como surgió la idea del sustituto, chivo expiatorio o rey fingido que salvaba la vida del verdadero rey: un criminal, real o supuesto a quien vestían con ropaje regio y lo agasajaban con todo tipo de lujos durante la noche del 31 de diciembre, mientras el pueblo a su alrededor celebraba los festejos. Al amanecer del siguiente día, año nuevo, lo sacrificaban dándole muerte en lugar de al verdadero rey.

Durante las celebraciones de fin de año, las normas de la vida cotidiana se volvían menos estrictas para reconquistar el orden con la llegada del Año Nuevo. En las Saturnales romanas, el pueblo se disfrazaba, recordando a la figura del sustituto real babilónico, se organizaban comilonas como los anteriores mesopotámicos y como hoy seguimos realizando nosotros, se visitaba a los amigos, se les hacían regalos deseándoles buena suerte y prosperidad para el siguiente año.

4.000 años después mantenemos esta tradición que nos aferra a uno de los sentimientos más universales del ser humano: el de la renovación y el cambio que la naturaleza nos impone con el paso de las estaciones. Transformar lo viejo en nuevo colmándonos de venturosos propósitos y deseos de felicidad.

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