Un naranjo preñado
de azahar es una de las imágenes más bellas e identificativas de Sevilla. Una
instantánea que enseguida nos conduce a la dulzura de su olor y a la calidez de
la primavera recién despertada. Sin embargo, todo esto se vuelve terrorífico al
fechar su floración en pleno mes de diciembre.
Diciembre, en este
lado del globo terráqueo ha sido, hasta donde nos alcanza la memoria, frio.
Escaso en lluvias y generoso en nieve, allí donde las montañas la permiten.
Pero los cambios climáticos a los que irremediablemente estamos abocados harán
que lo esperado hasta ayer se convierta en inesperado y las imágenes
estrafalarias que puede generar aleatoriamente la inteligencia artificial en
una rocambolesca realidad.
Un naranjo preñado de azahar tengo en mi casa a 15 de diciembre, embriagando el espacio y confundiendo los sentidos, que se equivocan al creer que estamos en primavera.
Un naranjo preñado
de azahar en diciembre nos advierte, como un faro en la oscuridad, de los
peligros que acechan si no tenemos cuidado, si no aceptamos que la alerta
climática apremia cambios en nuestros hábitos y en nuestra sociedad, que
confiar en el futuro solo será posible si nos atamos los machos en el
presente.
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