A Plasencia llegamos muy temprano, cuando aún el frío de la madrugada calaba los huesos y la ciudad tímidamente despertaba. Pero, enseguida se fue desperezando y el bullicio propio de un día laboral fue conquistando, poco a poco, cada uno de sus rincones.
Plasencia, de corte castellano, como Trujillo y Cáceres, de piedra y sillares románicos que le otorgan prestancia y distinción, es otro de los tesoros que, con discreción, se muestra al visitante. Sus calles llenas de vida, aún conservan establecimientos antiguos, con solera, que se resisten a la invasión de las grandes franquicias y marcas que invaden los centros históricos de todas las ciudades, asemejándolas y fundiéndolas en una amalgama de escaparates y luminosos que a todas ellas les resta personalidad.
A diferencia, Plasencia se muestra auténtica, única, incluso decimonónica en su Plaza Mayor que ofrece cafés glamourosos y espacios que recuerdan un tiempo anterior al voraz capitalismo que homogeneiza las ciudades.
Su muralla, sus dos catedrales, sus conventos, el acueducto y la Universidad son joyas imprescindibles, así como pasear sin rumbo, dejándote llevar a través de su cautivador laberinto.
Y para rematar el viaje a la tierra de mis padres, nos adentramos un poco más allá para cruzar la linde y entrar en Salamanca, donde Candelario nos atrajo, como ya hiciera en 1999, aquel verano que significaría mucho para mí.
Candelario, también rodeado de montañas como Hervás, se levanta orgulloso. De casas señoriales, bien conservadas que muestran vanidosas su edad tallada en la piedra y que, en muchas ocasiones alcanzan al siglo XVIII, es un lujoso municipio que el tiempo no deteriora porque sus habitantes se afanan en ello.
Candelario es otra de las joyas que el territorio español aguarda a ser descubierto y cuyo regreso a Hervás, lejos de la carretera nacional, transcurre por uno de los más bellos parajes jamás imaginados.
Entre montañas de multitud de verdes, en un sinuoso recorrido por desniveles de vértigo, la llegada a Hervás descubre su perfil más hermoso: la iglesia encaramada a la roca, rodeada de cerros altivos.
Hay que ser profeta en su tierra, sobre todo si la dicha buena está llena de belleza.
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