Cuaderno de bitácora I: Hervás

 

Hervás

Volver a Paulo Coello y a su relato sobre el que viajó lejos para finalmente descubrir que el tesoro estaba en el patio de su casa, puede ya resultar redundante, pero, una vez más, me ha sido inevitable recordarlo. Porque en Extremadura, la tierra de mis padres, en la provincia de Cáceres, en Hervás he vuelto a encontrar el tesoro. Pero también en Granadilla, en Plasencia y en Candelario, municipio de Salamanca.

En Cáceres, el Valle de Ambroz, reinado por el río que le da nombre, es un paraje natural de exuberante belleza, que acoge robles, castaños, chopos y álamos. En otoño, cuando el sol aprieta menos y las hojas caducas de los árboles convierten en alfombra la tierra, visitar sus pueblos se antoja una inevitable tentación.

Y Hervás nos recibe anfitriona y nos invita a recorrer sus calles llenas de vida y de paisanos y turistas que presionan el urbanismo de la ciudad. El turismo se ha adueñado de este municipio que, en respuesta o por sencillo orgullo patrio, mantiene las viviendas y el patrimonio en excelentes condiciones.

Uno de los lugares más publicitados y reconocidos es el barrio judío, cuya arquitectura se colma de idiosincrasia y particularidad. Una pena, pasar por su laberinto empedrado, lleno de símbolos hebreos en un tiempo en el que el pueblo judío tiene poco que agradecer a sus gobernantes, empeñados en aniquilar al pueblo palestino.

Pero Hervás también tiene, como la mayoría de los territorios con pasado islámico o de invasión cristiana, importantes fortalezas, muchas de ellas convertidas en iglesias. Su templo actual, la iglesia de Santa María de Aguas Vivas, fue un antiguo castillo defensivo, desde el que se divisa la cordillera montañosa que rodea la ciudad, haciendo de ella un enclave de extraordinaria belleza.

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