Cuaderno de bitácora. Galicia I: Cospeito: entre robles centenarios

 


Como ya se está convirtiendo en un clásico, este año no iba a ser diferente. El mundo supuestamente a tu alcance, si el bolsillo lo permite, y, al final “el tesoro estaba ahí”. Ahí en Cospeito, un pequeño municipio de Lugo, de la Galicia interior que me era desconocida. Rodeado de robles, como los que fuimos a buscar, hace años, al bosque de Broceliande en la bretaña francesa y que nos desilusionaron. Los de Cospeito, sin embargo, nos recibieron centenarios, frondosos, misteriosos y mágicos junto con nogales, castaños y ficus, componiendo ese paisaje de nuestro imaginario que nos conduce directamente a Álvaro Cunqueiro, a Emilia Pardo Bazán, a Rosalía de Castro o a Wenceslao Fernández Flores y como no, al paraje que albergó a aquellas mujeres curanderas y sabias a las que llamaron brujas en correlación con la misoginia propia del patriarcado.

Galicia, corona así la tríada norteña que cada verano nos atrae, junto a Cantabria y Asturias en busca de su frescor, belleza y calidez humana.

 

26 de agosto de 2024. Día 1

A Cospeito llegamos tras siete horas de coche que merecieron la pena por cruzar el Puerto de Béjar y el de Piedrafita (aunque el coche nos dio algún que otro disgusto), y a las cuatro de la tarde saboreábamos un prado de un verde insultante con una insultante temperatura para el mes de agosto en el que nos encontrábamos. La tarde cayó tan inesperada, convirtiendo el fresco en frio que nos recogimos y preparamos la llegada del nuevo día.


27 de agosto de 2024. Día 2

Amanecer entre una desorbitada arboleda, cuyas lindes marcaban los maizales vecinos, se nos ofreció como un regalo estival alejado del ruido y las preocupaciones.

Visitar los mercados más próximos para el avituallamiento de productos locales nos llevaría la mañana, que rubricamos con la visita a una piscina natural de agua termal colmada de bañistas, que entre todos reunirían los años del románico más cercano. Nos prometimos regresar de noche y bañarnos con nocturnidad y alevosía, pero eso nunca ocurrió.

Por la tarde, permitiendo la tarde que no fuera la tarde del sur, sino la tarde del norte en la que no parece tarde, viajamos hacia Lugo, esa ciudad cuya muralla medieval la rodea y le da aspecto de ciudad antigua colmada de historia. Su hermosa catedral, que como la mayoría comenzó siendo románica, continuó gótica y en este caso concluyó barroca, está dedicada a la Virgen de los ojos grandes, cuya escultura datada entre el siglo XII y XV es especial por mostrar la humanidad de una madre amamantando al dios bebé que tiene en su regazo.

Frente a la catedral (este es el verano de las catedrales góticas), se encuentra la Casa de Mitreo, una antigua vivienda de época romana que fue habitada por un centurión romano que da su nombre por el altar a Mitra encontrado en su interior y que tras su descubrimiento y recuperación arqueológica se ha convertido en el primer museo universitario de la Universidad de Santiago de Compostela en Lugo.

Y tras redescubrir el pasado romano de la ciudad, paseamos por la ronda de muralla, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y por sus calles hasta el anochecer. Cenamos en compañía de nuestros anfitriones y, de regreso al bosque, donde su generosidad nos permitió habitar, esperamos al día venidero.

 


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