Dia 4. 9 de junio
Cuando viajé a
Creta, el verano pasado, sabía que buscaba el origen femenino de nuestra
civilización, pero ahora desconocía qué me depararía este viaje a la Italia
septentrional.
Iniciamos el periplo
empapándonos de una naturaleza metódica, ordenada y hermosa que disfrutábamos a
través de la cristalera del autobús, esperando que se cumplieran expectativas
construidas a partir del cine, la literatura y el arte, pero no imaginábamos
que la inmersión fuera tan profunda y embriagadora. Y ahí estaba la causa, el
motivo, el propósito de adentrarnos en la tierra que alberga la piedra Roseta
del Renacimiento, nuestra búsqueda y nuestro encuentro.
Así, después de
recorrer las tierras etruscas del Lacio y la Umbria, llegamos a la Toscana,
donde su catedral nos aguardaba llena de secretos, que junto a los de la
Galería de la Academia y los de los Uffizzi, llenarían de imágenes bellísimas
nuestro cerebro y nuestro corazón. Las obras de juventud y madurez, acabadas o
inconclusas, modestas y majestuosas de artistas como Philipo Lippi, Botichelli,
Miguel Ángel, Rafael o Da Vinci poblaron nuestras retinas, colmadas de las
historias que ocultaban tras las pinceladas, el color y la técnica de aquellos
maestros que darían por inaugurado un nuevo tiempo que centrifugaría entorno a
Florencia. Esta ciudad, sobre la que la familia Medici levantaría su emporio,
como Siena y el resto de las ciudades europeas de la época, sufriría las
consecuencias de la gran epidemia de 1348, por lo que su Catedral se verá
condicionada y tendrá que esperar para convertirse en la imponente maravilla
que hoy se muestra a nuestros ojos. Y junto a ella, el Baptisterio cuyas
Puertas del Paraíso construidas en oro, aguardan en el Museo de la Ópera.
El río Arno que
cruza Florencia preñado de historias, sus calles que aún conservan vestigios de
la época medieval y sus colosales esculturas, como señuelos de un tiempo de
esplendor embaucan a turistas, viajeros y a toda una algarabía de juventud que
se aglomera ocupando espacios impertérritos.
Cae la noche y el
agotador caminar por entre su pasado que es hoy su presente nos azota y
zarandea, recordándonos la levedad de la vida y su fragilidad, pero también su
inmensa belleza.
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