De memoria, perdón y otros conjuros


La escritora gaditana Alicia Domínguez nos embauca de nuevo con su maestría en el género del relato corto, en una obra que finalmente no es sino una novela, cuyos personajes interconectados transitan entre una narración y otra.

De memoria, perdón y otros conjuros es un compendio de historias en las que las emociones vibran y son protagonistas. Emociones que desgarran los secretos y cicatrizan las tragedias de las mujeres y también de los hombres que habitan un universo personal, localizado espacial y temporalmente.  Es la España contemporánea, la España que sobrevivió al franquismo, descubrió la democracia, conoció la Unión Europea y el nacionalismo vasco, sufrió el Golpe de Estado de Tejero, el atentado de Atocha y la covid.

Pero en este acontecer histórico el tiempo narrativo no es lineal. El pasado y el presente se conjugan en una atemporalidad que atisba las vidas de los personajes, desgranadas pausadamente, para embriagarnos en una atmósfera de añoranza y nostalgia.

El tiempo se confunde como las voces de las narradoras que, en ocasiones, es la hija y otras la madre, como en un anhelo de fundir dos existencias que estuvieron condenadas a estar separadas. Y es el dolor de la ausencia y el desarraigo del exilio el sentimiento que aglutina las historias que Alicia Domínguez rescata de su memoria ficticia o autobiográfica.

Es así, el más bello de todos los relatos el titulado Que siempre sea verano en el que la autora condensa el dolor por lo que no fue y la ingravidez que la ausencia provoca al arrebatar asideros. “Me duelen ya los párpados de apretar para que pase pronto el tiempo. O para que siempre sea verano” expresa Daniela anhelando continuar con su madre a quien buscará y rechazará simultáneamente en una tóxica relación de amor odio que culminará en el final del relato titulado Otro dolor, no ese, cuando la autora escribe: “No, jamás cerraré esa herida; porque mientras siga abierta, supurando, ella (su madre) seguirá conmigo”.

En este carrusel de emociones en el que convierte Alicia Domínguez su última obra, como en un ritual catártico, nos conduce desde el miedo hasta la sorpresa pasando por una lánguida tristeza que culmina con el perdón en un acto de redención que cierra todas las heridas.

Así, el miedo está presente en la memoria de los que crecieron en el régimen fascista de Franco, configurándoles personalidades amargas, rígidas y castrantes como la de la abuela Julia, de quien la autora expresará que llevaba el miedo “encostrado en el tuétano de los huesos” o “cristalizado en las pupilas con la necesidad de licuarse y derramarse al fin”. Pero el miedo también albergará en el alma del abuelo Quintana y del tío Pedro, ambos incapaces de reconocer su homosexualidad, sesgando la felicidad de sus vidas.

La sorpresa, agridulce emoción que nace al romperse el velo que envuelve los secretos, convirtiendo la sencilla cotidianeidad en realidad extraña, anida en cada relato, descubriendo la verdad que oculta la apariencia.

La tristeza, teñida de hermosura, impregna a estos personajes que no se resisten a repetir historias anteriores y que sólo cuando claudican y se niegan descubren que la vida les puede reconfortar.

Y la redención como sanación personal y colectiva cierra el círculo de la memoria, perdón y conjuro de estas mujeres y hombres, cuyas vidas, extraídas de un mundo imaginario o vivido, podemos llegar a sentirlas como nuestra propia estampa familiar.

Porque de memoria, perdón y deudas se configura nuestra existencia y depende nuestra felicidad, tan ligada al sentimiento con el que Alicia Domínguez comienza su obra y que, como a ella, nos sirve de liberación.

 “Abuela, no es cierto lo que me decías:

Si ríes en viernes, llorarás en domingo.

Puedes reír en viernes, en sábado, en domingo …

Puedes reír, incluso, cuando la suerte se pone de culo

y la adversidad se agarra a tu sombra

y temes que nunca te suelte. 

Reír como forma de conjurar la nada que seremos,

la que ya somos.

Reír porque sí y sin miedo a llorar

como profecía autocumplida.

Puedes reír. Puedes llorar. Y puedes elegir.

Y por eso elijo honrarte, soltándote.

A ti y a esas frases que marcaron mi infancia,

la infancia de muchas hijas y nietas de dolientes mujeres

a las que no dejaron elegir”.

Es en este fragmento donde se condensa todo su trabajo minucioso y delicado, de búsqueda y reencuentro, de añoranza y voluntario desapego de las raíces que dan sentido a nuestra existencia, pero de las que también debemos aprender a renunciar.


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