Creer que nos encontramos en un
mejor punto de salida es una ingenuidad de las inteligencias inocentes y una
perversidad de las malintencionadas cabezas precursoras de la ideología dominante.
Porque afortunadamente hemos avanzado, pero como el caracol en su senda
buscando el rayo de sol. A paso de tortuga nos adentramos en el siglo XXI, a distancias
siderales de la velocidad a la que a nivel tecnológico nos movemos. Al ritmo al
que hemos llegado, colonizaremos Marte y aún continuaremos reclamando el fin del
Patriarcado. Es mucho lo que aún nos queda por recorrer, si a día de hoy, las
palabras de Marcela Lagarde en 1997 siguen permaneciendo actuales.
En su obra Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres, Lagarde nos describe como mujeres sincréticas, mujeres modernas y tradicionales, lo que nos provoca una suerte de esquizofrenia.
“Aunque las mujeres estén ubicadas en espacios
modernos de pacto y de contrato, los demás, los otros, reclaman un conjunto de
comportamientos tradicionales, independientemente de su ubicación. Ahí son
llamadas, reconvenidas para que se comporten de manera tradicional y ahí se
generan muchos espacios de conflicto. (…)Los conflictos vitales existenciales
de las mujeres están marcados internamente por esa lucha de contradicciones que
a veces nos devasta. Ser para otros y ser para mí, estar en igualdad con los
otros y estar en inferioridad con los otros, tener funciones de cuidados
vitales de los otros, ilegítimamente cuidar de nosotras, hacer uso de bienes,
trabajo, capacidades, destrezas para los otros o hacer uso de esos bienes,
capacidades, destrezas para una misma. Hoy, es siempre un retrato del deber ser
tradicional, extendido a la parte moderna de la identidad. Ahora, no solo somos
buenas madres, sino que también somos buenas trabajadoras, no solo magníficas
amas de casa, sino también excelentes en la oficina, en los partidos políticos
y en los sindicatos. En todos lados somos buenas, maravillosas, perfectas. La
definición de auto identidad definida desde afuera desde el mundo externo es el
de la ser perfecta, ese es el modelo para las mujeres modernas: vivir con
holgura y felicidad sin enojo y rabia. Esa enorme contradicción entre ser y no
ser. El mandato es que lo hagamos muy bien, que sumemos 234 jornadas y además
realicemos trabajo voluntario para la causa. Hoy debemos tener familias
integradas, hijos e hijas magníficos, excelentes relaciones en las amistades y
una pareja gozosa. Debemos tener una sexualidad de lujo y además la sociedad
nos cobra ser feministas y nos exige que si queremos ser iguales hay que ser
perfectas. Se nos pide manejarnos con los valores de la ética de la
subordinación, en la obediencia y en el uso extralimitado de los recursos para
cumplir.”
Pero, a esta descripción, con
la que seguimos sintiéndonos identificadas en pleno siglo XXI, se le suma otras
que Largarde destacó a finales de los noventa como que “somos las cuidadoras de
todo el mundo. La mujer funciona como un ser para cuidar vitalmente a los
otros. Tenemos como función vital: dar la vida, protegerla, cuidarla,
reproducirla y mantener a las personas concretas en las mejores condiciones
posibles. Esa es la asignación de género a las mujeres. (…) Las mujeres, como
expresaría Franca Basaglia, hemos sido definidas ontológicamente como seres
para otros: qué soy y quien soy tiene que ver con “soy para”. El sentido de la
vida de las mujeres tiene que ver con la utilidad para otros, por la cantidad
de lo que hago para otros, por ser indispensables para que los otros vivan”.
Marcela Lagarde también destaca
que en la construcción de género prima la consideración de que las personas para
las que vivimos son más importantes que nosotras mismas; el egoísmo está
reservado a los hombres; podemos ser sustituidas unas por otras en una negación
implícita de nuestra individualidad; nuestra autoestima se basa en la estima
que recibamos de los otros y se nos exige la omnipotencia para los demás,
mientras somos impotentes ante los problemas con nosotras mismas.
Además, Lagarde destacaría en
el marco de unas conferencias realizadas a petición de la Fundación
nicaraguense Puntos de Encuentro que “buena parte de la vida, la pasamos
las mujeres transmitiendo órdenes, regaños, normas, deberes, obligaciones y
quejas. La queja constante es una de las más grandes expresiones de la
impotencia aprendida en las mujeres, ya sea como comunicación con el mundo,
como reclamo o exigencia que se hace, no para resolver, sino para ser consolada.
Es una búsqueda de conmiseración, caridad, piedad, o sea de manifestaciones
afectivas de la dominación y no de alternativas.” Que “la mayor parte de las
mujeres configuradas tradicionalmente sentimos angustia cuando nadie habla,
somos adiestradas para poblar el silencio, lo cual impide que se desarrolle el
discurso de los otros o al revés hemos sido enseñadas a callar por sometimiento
y asociamos el silencio con que hemos sido vencidas.” Y que “la ciudadanía
plena es poder caminar libremente por la calle y no ser desnudada por ninguna
mirada”.
En la medida en la que sigamos
sin considerar ajenas estas descripciones deberemos continuar reclamando que aún
queda mucho por avanzar y salir a la calle cada 8 de marzo seguirá siendo una
necesidad.
Claves feministas para el poderio y la autonomia de las mujeres
Bellas y sabias palabras, Mar. Queda mucho camino por recorrer todavía. Un abrazo.
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