La
novela, cuyos capítulos se configuran en virtud de los diferentes trabajadores
que escoge el escritor para describirnos el universo laboral individual y
colectivo en el que cada uno somos una pieza de un gran engranaje superior,
representa en sí misma, otro producto más del mercado capitalista en el que
estamos inmersos. Mercado que abarca todas las tareas consideradas de menor
cualificación hasta las que ingenuamente se creen estar liberadas de las
connotaciones negativas adheridas al concepto de trabajo.
Así, el
autor utilizará las palabras, la gramática y la sintaxis como ladrillos, piezas
de metal o de costura, o animales convertidos en filetes, para compartir con
los lectores la atmósfera de alienación que respiran sus personajes, que tras firmar
un contrato con una empresa invisible exhibirán sus esfuerzos ante la mirada
expectante de un público que acude a diario al espectáculo.
Cada
personaje, como los de Antoine Saint-Exúpery representarán una idea, pero a
diferencia de los que irán llegando al planeta de El Principito, en la novela
de Isaac Rosa estarán todos al unísono sobre el escenario, mientras que el foco
del relato omnisciente del autor irá, de uno en uno, desvelándonos sus
secretos.
Los
relatos de estos personajes desgranarán asuntos como la invisibilidad del
trabajo y la invisibilidad de los trabajadores; la importancia del trabajo por
encima del individuo, su mística y su esclavitud; la tradición laboral como
condena; la usurpación de la vida privada y personal; el valor del tiempo y la
pérdida del valor del tiempo; el no trabajo al ser considerado arte y el
trabajo como explotación, serán algunas de las cuestiones que el autor tratará
con exquisita meticulosidad, inmersas en una narración que atrapa, como en un
bucle infinito.
Y ello
aderezado con la pátina de la frivolidad de convertirlo todo en espectáculo, en
exposición permanente, en la que el pudor desaparece tras las paredes del
panóptico en el que se nos mira y vigila a la vez. Así, el espacio en el que se
desarrolla la exhibición también adquiere categoría de personaje, junto a la
marginalidad que participa del sistema, como el público, entre el que nos
encontramos como lectores y lectoras, e incluso los reflectores que no dejan
ver la realidad que habita tras su frontera.
Isaac
Rosa, en esta obra publicada en 2011 que, como él mismo menciona hay huellas de
Bentham, Bretch, Chaplin, Engels, Foucault y Adam Smith entre muchos otros, nos
da un baño de humildad, un azote a nuestras conciencias al dirigir nuestra
mirada hacia la incomodidad de lo invisible.
En 2016
David Macian dirigió y escribió junto a Daniel Cortazar la adaptación cinematográfica
de esta novela sin lograr transmitir la profundidad de la obra literaria. El
guion alcanza únicamente a rozar la cáscara del pensamiento que despliega Isaac
Rosa quedándose en la anécdota, independientemente del bajo presupuesto con el
que desgraciadamente contaran. Sin embargo, la interpretación de los actores es
extraordinaria. Una lástima haber tenido tan buenas intenciones en una
adaptación que no logró estar a la altura de la novela.
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