La producción inglesa La hija
eterna, con guion y dirección de la británica Joanna Hogg es una personal
apuesta por un cine sutil y discreto que, con apariencia de género, oculta un
tratamiento y montaje femenino.
La mirada deja de ser masculina como
estamos acostumbrados y acostumbradas a percibir en el cine y la subjetividad
de la protagonista es a la vez la de la autora que proyecta sus miedos y
conflictos sin darles categoría universal. Incluso la presencia del espejo, en
esta película será diferente. No es la protagonista, Tilda Swinton, la que se
mira al espejo, para connotar los significados del cine clásico, sino que son
los espectadores los que como si miraran a través de una mirilla los que
descubren al personaje subrepticiamente.
Joanna Hogg lleva a la pantalla la
historia de una cineasta que se hospeda con su madre en un hotel victoriano en
busca de la inspiración y de la catarsis que la liberará de su mortificante
pasado. Y para ello se valdrá del extraordinario trabajo de Tilda Swinton que
haciendo doble papel logra todo el propósito de la directora.
La hija eterna, aunque anunciada como una
historia de fantasmas, en la que la que las imágenes del hotel nos recordarán a
las de El Resplandor de Stanley Kubrick, no colmará las expectativas del género
porque la intención es diferente. La película cuya trama la desarrollarán tres
personajes protagonizados por mujeres propone romper la frontera de la
masculinidad cinematográfica con una apuesta de delicada manufactura y un halo
propiamente femenino.
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