Con la sequía que nos amenaza con
consecuencias devastadoras y que viene de la mano de lluvias torrenciales,
igualmente nocivas, se cumplen los pronósticos de los peores agoreros por lo
que ya no se trata de ignorar a Casandra sino de tomar un sincero y
comprometido partido.
Sin embargo, son solo palabras y buenas
intenciones la mayor parte de las acciones emprendidas ante la presión de una ciudadanía
que aún está demasiado adormecida y sigue permitiendo que sean los grupos
económicos de poder los que dirijan sus destinos.
Los grandilocuentes discursos de
compromiso con la sostenibilidad que lanzan instituciones y empresas,
supuestamente sensibles y responsables, no son sino falacias o escaparates de
cara a una galería considerada de alta ingenuidad. Porque de otra forma no se
comprendería entonces que se permitiera la gran contaminación atmosférica
diaria procedente de los traslados en coche de los empleados a las oficinas, en
lugar de promover el teletrabajo.
Las ayudas económicas anunciadas por los
gobiernos autonómicos a las instalaciones de placas solares tardan años en
convertirse en realidad y finalmente estas subvenciones en lugar de aminorar
los gastos de los usuarios concienciados con el medio ambiente van directamente
a las cajas registradoras de las financieras con las que les han obligado a
firmar los contratos. Si hubiera un motivo sincero de contribuir a reducir el
gasto energético procedente de fuentes no renovables, la política podría
intervenir como un banco y en lugar de subvenciones que enriquecen a las
financieras facilitar las cuantías con intereses de devolución razonables.
Pero no es el respeto al medio ambiente el
objetivo. El objetivo sigue siendo vivir en el corto plazo y que arreen los que
lleguen después.
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