Cuenta la leyenda que en el año 1682,
cuando la imagen del Cristo de la Expiración que había esculpido Francisco Ruiz
Gijón recorrió por primera vez las calles de Triana, los vecinos, reconocieron
en su rostro al gitano que, entre cante y cante, se hacía llamar Cachorro. Y
cuenta la leyenda que fueron los celos de un payo los que le asestaron las
puñaladas que terminaron con su vida la noche en la que el escultor, en plena
crisis artística, lo encontró agonizante.
Desde entonces, cada primavera, aquella
mirada de dolor último, captada y reproducida por el arte virtuoso de Ruiz
Gijón, regresa a Sevilla cubierta de simbolismo cristiano y representación
religiosa.
El Cachorro ha cruzado este año, como
todos los que le precedieron, el puente que lleva su nombre bajo la luz de las
estrellas. Y, durante los minutos que su silueta se dibujó en el lienzo que
unía a Triana con Sevilla, el tiempo se paró.
Ese tiempo imperecedero que, en un bucle
infinito, nos arrastra año tras año a las calles de Sevilla en busca del mágico
instante compartido entre folclor, arte y religión.
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