La muerte del César, de
Vincenzo Camuccini
El idus de marzo, llegará junto a la dimisión de Pablo Casado,
como presidente del PP, pero ahora, como Julio Cesar en las escalinatas del
Senado, ha sido apuñalado en el Congreso por los que creía amigos. Como en un
guión cinematográfico, el plot twist de su trayectoria política ha resultado
tan inesperado que obliga a confirmar cómo la realidad siempre supera a la
ficción, y cómo en ella podemos encontrar las mejores historias jamás contadas.
Por lo que haciendo un ejercicio de imaginación, podríamos fantasear con la
idea de que Pablo Casado ya había sido amortizado en su partido. Sus bandazos
políticos, sus guiños a la ultraderecha y su discurso vacuo y desquiciado, podrían
haber agotado las expectativas de la derecha española moderada, sensata y con
talante conciliador que podría representar el líder gallego Núñez Feijoo y que
favorecería el voto de centro derecha que se podría cosechar en el resto del
territorio español, más allá de ese Madrid, encriptado en el efecto Ayuso. Y,
también, podríamos imaginar que la derecha española, madura, racional y cabal
hubiera considerado que había llegado el momento de terminar con las
aspiraciones megalómanas de Diaz Ayuso, el personaje inventado por Miguel Ángel
Rodríguez que había traspasado ya todos los límites de la vergüenza ajena, de
la mamarrachada, la inconsistencia y la frivolidad política.
El asunto del supuesto cobro de
la comisión de dinero público por parte del hermano de Ayuso, como el supuesto
trato de favor que recibiría su padre por parte de la empresa semipública
AvalMadrid se convertiría, en este escenario imaginario, en una subtrama que
podría igualmente haber sido sacada a la luz tras orquestarse para matar a dos
pájaros de un tiro y lograr que el partido popular recobrase el sentido de
Estado y sobre todo el sentido común.
Que la denuncia de un supuesto
caso de corrupción en el seno del PP haya servido como excusa para terminar con
una pelea entre colegiales es poco decoroso, sobre todo en un contexto en el
que las heridas por las corruptelas aún siguen abiertas, pero, si con ello se
consigue recuperar la imagen de un partido serio y cabal, habrá merecido la
pena.
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