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Vengo de
las Llanuras de los Inmortales, dijo, «donde no hay muerte ni pecado. Allí
siempre es fiesta y en nuestro gozo no necesitamos la ayuda de nadie. En.
nuestro placer no hay ningún conflicto. Y como tenemos nuestras casas en las
redondas colinas verdes, los hombres nos llaman el Pueblo de la Colina-.
El rey y
todos los que estaban con él se maravillaron de oír una
voz donde no veían a nadie. Pues, salvo Connla, ninguno de ellos vio al Hada.
-¿Con quién estás hablando, hijo mío?, dijo el rey Conn.
Entonces
la doncella respondió:
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Connla
habla con una joven y hermosa doncella, a quien no le espera la muerte ni la
vejez. Amo a Connla y ahora quiero llevármelo conmigo a la Llanura del Placer,
Moy Mell, donde Boadag reina para siempre jamás y donde no ha habido queja ni
pena desde que él ocupa el trono. ¡Oh, ven conmigo, Connla, el de la Cabellera
Roja, rosado como la aurora y de piel leonada! Una corona de hada te aguarda
para adornar tu hermoso rostro y tu regia figura. Ven, y ni tu hermosura ni tu
juventud se marchitarán hasta el pavoroso día del juicio.
El rey, atemorizado por las palabras de la doncella, a la que oyó aunque no pudo verla, llamó con voz fuerte a su druida, de nombre Coran.
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¡Oh
Coran, el de los muchos hechizos y la magia astuta!, dijo, necesito tu ayuda.
Sobre mí ha recaído una tarea demasiado grande para mi habilidad y mi ingenio,
mayor que todas las que me han sido impuestas desde que me apoderé del trono.
Ha venido a nosotros una doncella invisible y con su poder quiere arrebatarme a
mi querido y hermoso hijo. Si no me ayudas, será arrebatado a tu rey con
estratagemas y brujerías de mujer.
Entonces
Coran, el druida, se adelantó y recitó sus conjuros hacia el lugar donde se oyó
la voz de la doncella. Y nadie volvió a oír su voz, ni Connla pudo verla ya
más. Pero, mientras desaparecía ante el poderoso conjuro del druida, lanzó una
manzana a Connla.
Durante
todo un mes, a partir de aquel día, Connla no comió ni bebió nada, salvo de
aquella manzana. Pero la parte que comía de ella, volvía a crecer, y la manzana
siempre estaba entera. Y durante todo ese tiempo creció dentro de él un intenso
anhelo y una fuerte añoranza por la doncella que había visto.
Pero
cuando llegó el último día del mes de espera, Connla se hallaba al lado de su
padre, el rey, en la Llanura de Arcomin y de nuevo vio a la doncella venir
hacia él, y otra vez ésta le habló.
-
Un lugar
glorioso, en verdad, ocupa Connla entre los mortales efímeros que esperan el día
de la muerte. Pero ahora el pueblo de la vida, aquellos que viven para siempre,
te ruegan y te invitan a que vengas a Moy Mell, la Llanura del Placer, pues han
aprendido a conocerte viéndote en tu casa entre tus seres queridos.
-
Haced
que venga a toda prisa mi druida Coran, pues hoy ella tiene de nuevo el poder
de hablar.
Entonces
la doncella dijo:
-Oh
poderoso Conn, luchador de cien batallas, el poder del druida es poco
apreciado; se lo tiene en poca honra en la tierra poderosa poblada por tantos
de los justos. Cuando llegue la Ley, abolirá los conjuros mágicos del druida
que vienen de los labios del falso demonio negro.
El rey
Conn observó que, desde la llegada de la doncella, su hijo Connla no contestaba
a nadie que le dirigiera la palabra. Por eso, Conn, el de las cien batallas, le
dijo:
-
¿Qué
piensas de lo que dice esta mujer, hijo mío?
-
Es muy
duro para mí, respondió Connla. Amo a mi pueblo por encima de todo; y, sin
embargo, se apodera de mi un gran anhelo por la doncella.
Cuando
la doncella oyó estas palabras, respondió y dijo:
-
El
océano no es tan fuerte como las olas de tu anhelo. Ven conmigo en mi carragh,
mi resplandeciente canoa de cristal que se desliza en línea recta. Podemos
llegar pronto al reino de Boadag. Ya veo hundirse al sol radiante, pero, aunque
esté tan lejos, podemos llegar allí antes de que oscurezca. Hay allí, también,
otro país digno de tu viaje, una tierra alegre para todos los que la buscan.
Sólo esposas y doncellas viven en ella. Si tú quieres, podemos buscarla y vivir
allí juntos los dos solos alegremente».
Cuando
la doncella cesó de hablar, Connla, el de la Cabellera Roja, se alejó corriendo
de ellos y saltó al curragh, la resplandeciente canoa de cristal que se desliza
en línea recta. Y entonces todos ellos, el rey y la corte, la vieron deslizarse
lejos por encima del mar brillante en dirección al sol poniente. Lejos y más
lejos, hasta que el ojo no pudo verlos más, y Connla y el Hada siguieron su
camino por el mar, y nunca más fueron vistos ni nadie supo nunca dónde fueron.
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