La
Ghirlandata de
Dante Gabriel Rossetti
La bruja es el paradigma, el ejemplo de lo que una mujer, a ojos
del patriarcado, no debe ser: independiente, fuerte y segura de sí. Una mujer,
capaz de vivir en soledad, sin maridos, sin hijos o hijas, con poder sobre su
propia vida para elegir qué hacer con ella y, si lo prefiere, alejarse de la servidumbre
de la familia tradicional. Y es esto último, lo que más representa a las brujas
y por tanto lo que más aterra a la sociedad patriarcal fundamentada en la
familia hasta ahora conocida, en la supremacía del varón y en la que el rol
femenino se reduce a ser dócil cuidadora, perpetuadora del estereotipo que la
esclaviza.
Las brujas son mujeres libres con poder, que hacen lo que les
viene en gana, por lo tanto, son un mal ejemplo en la cultura patriarcal que
las ha demonizado y arquetizado como algo de lo que alejarse.
Las curanderas, poseedoras de certeros conocimientos que curaban
enfermedades y aliviaban el dolor, fueron también consideradas brujas para que
el hombre pudiera ocupar ese espacio. Y así fue como se las desterró del
territorio de la medicina, llevando a la hoguera a las que persistían en
practicarla y al abandono a las matronas que desde siempre habían asistido a los
partos, siendo sustituidas por la moderna obstetricia practicada por hombres que
cambiaron hasta el modo de parir para adaptarlo, a su propia comodidad.
Las brujas, las curanderas y las hechiceras son mujeres con poder
por sabiduría y por conocimiento que siempre supusieron una amenaza a la
estructura patriarcal establecida, por lo que, aún pervive en los esquemas
mentales más retrógrados la utilización de su imagen como insulto.
Que Pablo Casado describiera como aquelarre la reunión en Valencia
de Yolanda Diaz, Mónica Oltra y Ada Colau no es sino la respuesta reaccionaria
a una amenaza. Que el ultraderechista Sánchez García llamara bruja a la
socialista Laura Berja por defender el derecho al aborto y la modificación del
código penal es una reacción de misoginia e ignorancia que nos retrotrae a la
peor época de nuestra historia.
No obstante y, a pesar de ellos, la vida ha cambiado y llamarnos hoy brujas, curanderas, hechiceras o que
nos reunimos en aquelarres, ya no son insultos, sino halagos bien recibidos por
las nietas de las brujas que los antepasados de estos reaccionarios no pudieron
quemar.
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