“Arrakis, mi planeta, es bellísimo cuando el sol está bajo. Sobre
la arena se ven volar las especias. Los extranjeros asolaron nuestras tierras
frente a nuestros ojos. Sólo han mostrado crueldad con mi pueblo. ¿Qué será de
nuestro mundo?” Con estos subtítulos, escritos sobre imágenes impactantes de un
salvaje desierto, Denis Villeneuve comienza su Dune, su película, sobre la obra literaria que Frank Herbert
escribiría en 1965.
Una profecía, un elegido y una revolución serán la recurrente excusa
para crear un universo mitológico preñado de influencias clásicas. La
tauromaquia y el Minotauro; leyendas artúricas e incluso Shakespeare en
la elección del nombre de Duncan para uno de los personajes, en clara
referencia a Macbeth, es el marco en el que se desarrolla esta historia de
sueños premonitorios y luchas de poder.
Con la maravillosa música de Hans Zimmer y la bella fotografía de
Greig Fraser el film, consigue convertirse en una experiencia inmersiva en la
que la vulnerabilidad humana frente a la naturaleza salvaje, en este
caso simbolizada por el desierto y los gigantes gusanos que en él habitan, se
combina con el anhelo de superación que el ser humano siempre representa en las
epopeyas.
La exquisita selección de los actores en la que destaca Timothée
Chalamet, interpretando el papel principal de Paul Atreides y Rebecca Louisa
Ferguson, de su madre y sacerdotisa Bene Gesserit, junto con una edición
inmejorable y un esmerado diseño de arte, logran hacer de la película un bello
relato de mitología futurista.
Alejandro Jodorowsky, en los años setenta lideró la primera idea
de pasar a la pantalla la novela de Herbert, convertida en un ambicioso
proyecto de producción al que le faltó riesgo empresarial[1]. Con música de Pink Floyd,
Dalí, representando al emperador, Orson Welles, interpretando al barón
Harkonnen, los diseños a cargo de Moebius y Giger, el proyecto cayó en saco
roto, no obstante, y afortunadamente, de todo aquello surgió la producción Alien, el octavo pasajero.
Tras el intento fallido de Jodorowsky, David Lynch filmaría en
1984, la única versión cinematográfica que de esta novela teníamos hasta la
fecha, película que Jodorowsky se negaría a visionar y de la que renegaría el
propio Lynch.
Los años han pasado y ahora ha sido Villeneuve el que ha tomado el
relevo consiguiendo dejar su impronta, su ritmo y su metafísica en este
largometraje en el que los psicotrópicos nos retrotraen a su origen setentero y
concluye anunciando que sólo es el principio.
Como expresa Duncan a Paul Atreides, “las historias de los sueños
son buenas, pero lo importante nos pasa despiertos” y despiertos podemos soñar
con las historias que nos regala el cine.
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