Fotograma de El señor de los anillos
Cuando se cruzan los umbrales
del sentido común, del raciocinio y del consenso, tomárselo a broma puede ser
una opción. Es como el chiste verde con el que niño chico quiere llamar la
atención y no se le riñe, porque no se le toma en serio. Uno se ríe, como de la
gracieta del borracho al que hay que llevar a rastras después de una buena
cogorza. Y es que sólo hay que ser un orco, un menor desvergonzado o un bebedor
empedernido para plantear lo que la corporación de interés económico con
ideario medieval Vociferantes Orcos Xenomorfos ha planteado.
En cualquier caso, siempre
sería mejor creer que su última ocurrencia es fruto de la inteligencia de una
ameba, de un cerebro infantiloide o del perjudicado por importantes dosis etílicas.
Porque no habría como justificar una propuesta que falte al respeto, a la
dignidad y a la memoria de tantas mujeres que hicieron y siguen haciendo un
mundo mejor: libre de desigualdades, de violencia y de machismos. Borrar de la faz de la tierra la conmemoración
del 8 de marzo como les gustaría a estos sujetos, entre los que, por desgracia,
también hay mujeres, es tan insultante como inaceptable. Es un chiste, una
broma de mal gusto, una malvada bufonada, como sustituir la conmemoración del
Día de Andalucía, el próximo 28 de febrero, por el día de la toma de Granada
por los ejércitos castellanos. Otra payasada, patochada y necedad.
Que los fallecidos por el
coronavirus se merezcan una conmemoración nadie lo pone en duda, pero que se elija
entre los 365 días que tiene el año, el 8 de marzo, denota animadversión, mala
uva y sobre todo falta de respeto. Porque el 8 de marzo es el día de Mary
Wollstonecraft, de Flora Tristán, de Concepción Arenal, de Carmen de Burgos, de
Emily Davison, de Hypatia de Alejandría, de Olimpia de Gouges, de Clara Zetkin,
de Emmeline Pankhurst, de Margarita Salas, de Marie Curie, de Susan B. Anthony,
de Virginia Woolf, de Clara Campoamor, de Ada Lovelace, de Simone de Beauvoir, de
Betty Friedan, de Elisabeth Cady Stanton, de Emilie du Châtelet, de Emma
Goldman, de Harriet Taylor, de Gerda Lerner, de Michelle Perrot, de Bárbara Zecci,
de Rosa Cobo, de Nuria Varela, de Clara Janés, de Pura Sánchez, de Hedy Lamarr,
de Jocelyn Bell, de Lucretia Mott, de Katherine Johnson, de Maruja Mallo, de Alice Guy, de Charlotte Reiniger, de Rosa Luxemburgo, de Virginia González, de Teresa Claramunt, de Victoria Kent, de Margarita Nelken, de Patria, Minerva y Maria Teresa Mirabal, y sobre todo, de tantas mujeres anónimas que
vivieron, lucharon y murieron por reivindicar los derechos de la mujer, por
denunciar el sometimiento que exige la cultura patriarcal y por contribuir a
la evolución de la humanidad desde el enclaustrado espacio del hogar. El 8 de
marzo es el día de mis antepasadas, de mis abuelas, de mi madre, de mi hermana,
de mis sobrinas y amigas que tanto tenemos aún que hacer para terminar con ignominias
como la de estos xenomorfos abominables.
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