Cuenta la
leyenda que cuando de América llego a España la patata, nadie la comía. Como
mucho se les echaba a los guarros para que engordasen. Y cuentan las viejas
historias que, para animar al pueblo a consumirlas, los Reyes plantaron el
extranjero tubérculo en sus jardines y encomendaron a la guardia real su
custodia. Así fue como el desconocido alimento pasó de ser proscrito a reconocerse
como un manjar de reyes, despertando interés y curiosidad por probarlo. La
estrategia tuvo el éxito pretendido, la patata salió de los jardines
aristocráticos y comenzó a cultivarse y a introducirse con popularidad en nuestros
fogones. Aquello que posiblemente se hiciera con un fin meramente alimenticio
hoy podríamos considerarlo un gesto de filantropía, a la vista del maravilloso
enriquecimiento que produjo en nuestra cocina.
Este
cuento viene hoy a colación, a propósito de los filántropos que saltándose los
protocolos, las reglas y los mandatos se han vacunado sin que les
correspondiera. Ellos, amantes de la humanidad han dado ejemplo y como los
reyes que plantaron las patatas en sus jardines han usado las vacunas para que
el pueblo entienda que son beneficiosas. En verdad, lo han hecho por
nosotros, como una muestra ejemplarizante de las bondades de la vacunación.
Son
filántropos y, quien crea lo contrario, que se imagine un guiso de bacalao sin
patatas.
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