Ante la
necesidad de reconocer, hoy más que nunca, la violencia machista, ante la necesidad
de reivindicar, hoy más que nunca la lucha feminista, ante la necesidad de visibilizar,
hoy más que nunca, la terrible tragedia de cientos de mujeres asesinadas, hoy
25 de noviembre conmemoramos, más que nunca, el Día Internacional contra la
violencia hacia las mujeres.
Porque
negar la evidencia es de malintencionados, trastocar el lenguaje de cínicos, y emborronar
los mensajes descafeinando la realidad de indecentes.
Para que
la violencia machista deje de estar presente en nuestra sociedad, sería preciso
un valiente ejercicio de reflexión y de reconocimiento de que su origen se encuentra
en los mismos cimientos de nuestra civilización. Hasta que no seamos capaces,
entre todos y todas, de transformar el modelo en el que nos han encasillado a
hombres y mujeres durante milenios, no conseguiremos ni la igualdad ni terminar
con la violencia. Nada de esto será
posible hasta que no logremos acabar con el patriarcado, entendiéndolo como lo definiría
Marta Fontenla, al describirlo como el sistema de relaciones sociales sexo–políticas
basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad
interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social
y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma
individual y colectiva, apropiándose de su fuerza productiva y reproductiva, de
sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de
la violencia.
Sólo así y sólo de este modo podremos empezar a imaginar un futuro distinto y esperanzador.
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