Agonía de Eduard Munch
El “Pacto de Silencio” fue una
de las muchas concesiones que los partidos de izquierda tuvieron que aceptar
durante las negociaciones de la Transición, para que los afines a la dictadura
permitieran la instauración de la Democracia. Con este pacto, se enterraba el
terror practicado por el franquismo sobre la España progresista y se obligaba a
olvidar el horror y la tragedia de la represión sistemática. El precio que se cobró la Democracia de la que
hoy disfrutamos todos, fue el ocultamiento de las aberraciones y delitos de
lesa humanidad cometidos durante 40 años.
Mientras que, en Alemania, tras
el nazismo, el ejercicio de catarsis fue denunciar la barbarie cometida, en
España se le pusieron paños calientes al dictador y se escondió a los verdugos
que trabajaban a sus órdenes. En Alemania hoy en día, el nazismo es un capítulo
ominoso de su historia, mientras que el franquismo es para algunos un episodio
memorable que produce nostalgia y patriotismo.
Una vez implantada la
democracia en España, víctimas y verdugos han convivido en hipócrita sintonía,
estigmatizando cada uno a su modo la historia. Mientras los represaliados han
continuado silenciando las atrocidades, traumatizados por el horror, los
ejecutores han narrado las grandezas de aquel tiempo que les ha permitido heredar
generosas dotes y fortalecer cimientos económicos.
Pero ya era hora de acabar con
aquel “Pacto de Silencio”. A la democracia española se le presupone, tras más
de 40 años de vida, suficiente madurez como para superar aquel capítulo que, si
en su momento resultó inevitable aceptarlo, en la actualidad es inevitable
romperlo y dar lugar a una concepción equitativa
y demócrata de afrontar nuestra historia. A esto se le ha llamado Memoria
Democrática con el anteproyecto de ley recientemente aprobado por el Gobierno.
Era ya el momento de sacar de las cunetas no sólo los cuerpos de los
represaliados sino también sus dramas. Era ya hora de permitir el encuentro con
la verdad, la justicia, la dignificación de las víctimas, el perdón y la
convivencia de los españoles, como ha expresado la ministra de la Presidencia,
Carmen Calvo.
Y ante este nuevo escenario en
el que el reconocimiento de la fatalidad podría ir de la mano de la
reconciliación sincera, aparecen los fantasmas de los verdugos con intimidaciones
propias de la mafia. “Primer aviso”, advierten. “Primer aviso” por aprobar un anteproyecto
de ley que nos pondría a la altura de países como Alemania y nos alejaría de
países como Camboya. “Primer aviso” como manifestación de la intolerancia que supuran,
como reflejo de su honda preocupación por que salgan a la luz los trapos sucios
de sus herencias correligionarias del franquismo y como temor a que se
descubran las mentiras y manipulaciones que harían temblar sus intereses económicos
envueltos en banderas patrias.
De ultratumba llegan las
amenazas, de ultratumba los tambores que advierten la tormenta, de ultratumba
la rabia contenida. Pero ahora la España que claman como propia ya es otra. Esta
España de hoy ha abandonado el miedo y busca la verdad, renuncia al sometimiento
a cambio de la reivindicación, y transforma la ignorancia en inteligencia. Realmente,
de ultratumba llegan los estertores de una agonía fascista, la de aquellos que
viven la ilusión de creer que tendrán voz por mucho tiempo.
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