La división de espacios
destinados a hombre y mujeres ha sido analizada con frecuencia en los estudios
de género y la obra Mujeres en la ciudad
de la teórica feminista Michelle Perrot es un ejemplo de ello. No obstante, la
particularidad de esta publicación es que reproduce una entrevista realizada
por el periodista Jean Lebrun a Perrot en la que se va desgranado su
pensamiento y plasmando, poco a poco, sus clarividentes reflexiones.
Michelle Perrot, profesora
emérita de historia en la Universidad Paris-Diderot y pionera del estudio de la
historia de las mujeres en Francia, aborda en esta entrevista el escaso y
furtivo papel de la mujer en el espacio público de la ciudad, lugar organizado
y dominado por los hombres. Para señalar cómo el pensamiento simbólico de la diferencia
de los sexos atraviesa el tiempo y arraiga en el inconsciente colectivo de
todas las épocas, adoptando diferentes formas y maneras de consolidación.
Esta entrevista, acompañada de
magistrales obras pictóricas y publicada en forma de libro trata de hacernos
comprender la intencionada diferencia de “sexos” que se manifiesta abiertamente
en la ciudad, espacio configurado desde la Grecia antigua como núcleo de la
política y de decisión de poder. Lo público y político será el santuario de los
hombres y lo privado y la casa, de las mujeres. Incluso el panteón griego haría
también ese reparto de espacios y tareas, asignando a las diosas Démeter,
Hestia, Artemisa, Hera, Afrodita y Atenea, la agricultura, el hogar, los
nacimientos, los celos, el erotismo y la virginidad, respectivamente. Mientras
que a los varones Zeus, Poseidón, Hades, Ares, Hermes y Apolo les
corresponderían los ámbitos de la paternidad de la humanidad, el mar, el
infierno, la guerra, el comercio y las artes respectivamente. Caramba que
coincidencia.
Perrot utilizará tres significativas
perspectivas: las imágenes, los lugares y las palabras, para describir el tipo
de presencia que la mujer del siglo XIX tuvo en la ciudad y cuya influencia
llegaría hasta nuestras madres.
Desde el enfoque de las imágenes,
Perrot indica que “la marca del siglo XIX es una decoración urbana saturada de
figuras femeninas. Las mujeres tienen una función de representación. Su
elegancia, su lujo, su belleza misma, manifiesta la riqueza o el prestigio de
sus maridos o de sus compañeros”.
A las naciones y a los regímenes
políticos con frecuencia se los encarna en una mujer. Así, Germania simboliza
la unidad alemana conseguida en 1871, Marianne a la República francesa y
Mariana a las dos Repúblicas españolas. Pero, “no se trata de mujeres a quienes
se desea, son mujeres sublimadas y míticas. La mujer ideal, musa y madona, es
inaccesible” mientras se reserva a la mujer real las labores de la casa y, cuando la violencia
conyugal no se admite, se recurre a la prostitución. El burgués puede tener
varias mujeres en su vida: la mujer de sus sueños, idealizada o erotizada; la
esposa que mantiene en casa; la amante de sus salidas en la ciudad, discreta y buena
amiga y la prostituta. Por ello en el espacio público, las mujeres no deben
deambular y si lo hacen será a la luz del día con el deber de la belleza y de
la ostentación del lujo en caso de pertenecer a la burguesía o a la
aristocracia.
En relación a los lugares Perrot expresará
que hay espacios prácticamente prohibidos a las mujeres, políticos, militares,
judiciales, intelectuales, incluso deportivos, y otros que se les reservan casi
con exclusividad como grandes tiendas, salones de té e iglesias. Los hombres se reúnen
en círculos y cafés en Francia, en clubes y pubs en Inglaterra y las mujeres
estarán excluidas de estos lugares que se suponen politizados. Sin embargo, las
mujeres de las clases populares circularán con mayor libertad que las burguesas
y podrán reunirse en la calle, en el mercado y en el lavadero.
Hasta los hábitos alimenticios estarán sexuados. La norma alimentaria masculina será de carne y
vino, mientras que la mujer deberá ser
recatada hasta en el modo de comer por lo que se le exigirá que su alimentación
sea liviana y discreta. Los gestos obedecen a códigos de civilidad que dictan
lo que una mujer debe evitar, obligando sobre todo a las mujeres de las clases
más adineradas por cumplir además una función representativa. Así, las mujeres no
podrán usar pantalones, ni fumar,
tendrán que usar sombrero en la burguesía y cofia en las
clases populares para ocultar el cabello, deberán caminar pausadamente, no
elevar la voz ni los ojos, pues puede cruzar la mirada de un hombre. En este
sentido la mujer casada es más libre como la mujer de edad, porque carecen de
atractivo sexual y su deambular por la ciudad importa menos. Y las mujeres de
pueblo podrán salir a la puerta de su casa a coser y tejer y a conversar con
sus vecinas mientras la mujer burguesa no podrá ni asomarse al balcón, a menudo
cubierto por cortinas, costumbre que se extiende en el siglo XIX y sobre todo
en el XX para proteger la intimidad de la familia.
Por último, y en relación a las
palabras, Perrot manifiesta que “la discriminación sexual más fuerte se da en
torno a la política. Las mujeres se retiran de las “chambrettes” provenzales en
la misma época en que lo hacen sus hermanas inglesas de las inns y de los pubs,
mientras aumenta la politización de esas células de la conversión republicana
meridional en el siglo XIX. Es decir que la palabra y su circulación importan
más que el espacio material. Es la palabra la que modela la esfera pública, la
que teje la opinión pública y el arte oratorio, que culmina en la Revolución,
ostentará la virtud viril y la elocuencia masculina, sobre el afeminamiento de
las conversaciones de salón. “Hay diversos modos de expresión pública. Pero el
del jacobinismo o el de la República triunfante se inspiran en el foro romano y
en las arengas de Cicerón. Al servicio de una retórica varonil, se necesita de
una voz fuerte, gestos declamatorios, toda una dramaturgia que se niega a las
mujeres, a las que se prohíbe la tribuna, se encuentre ésta en la cátedra, el
pretorio, el Parlamento, los clubes o los partidos.”
No obstante, y a pesar de todos estos
impedimentos sociales se escucharán voces femeninas que reclamarán derechos e
igualdad. Y de entre todas ellas, Perrot, destacará a Flora Tristán, George
Sand, Adelheid Popp, o Caroline Remy quienes, desde sus diferentes ámbitos, los
manifiestos, la literatura, el activismo político y el periodismo, intentarán
derribar los muros que durante milenios han tenido aprisionada a la mujer de
todos los tiempos.
Mujeres
en la ciudad es una interesante y atractiva oportunidad de realizar
una discreta aproximación a los estudios de género, que con más profundidad han
desarrollado historiadoras y teóricas feministas como la propia Perrot en otras
publicaciones. Es un paseo por el siglo
XIX, ilustrado con obras pictóricas de la época que dan mayor visualidad a los
conceptos tratados. Y es Mujeres en la
ciudad el resultado de una inteligente entrevista que desvela parte de los
mecanismos con los que el patriarcado cuenta en su eterno afán por mantener y
justificar la diferenciación sexual que sostiene el sometimiento y el apartheid
que han sufrido y aun sufren muchas mujeres del mundo.
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