Autorretrato Sofonisba Anguissola |
La solución, según Nochlin no
trataría tanto de buscar mujeres artistas ocultas u olvidadas, ni de buscar una
grandeza femenina diferente, sino de averiguar el motivo por el cual,
igualmente, no había “grandes pianistas de jazz lituanos, ni jugadores de tenis
esquimales”. La autora expresó: “las cosas, ahora y siempre han sido en el arte
y en otras muchas áreas embrutecedoras, opresivas y desalentadoras para todos
aquellos, como las mujeres, que no han tenido la buena suerte de nacer blancos,
preferentemente de clase media y sobre todo hombres. La culpa no hay que
buscarla en los astros, en nuestras hormonas, en nuestros ciclos menstruales o
en el vacío de nuestros espacios internos, sino en nuestras instituciones y en
nuestra educación”.
Así, la pregunta más oportuna
debiera haber sido “¿de qué clases sociales era más probable que procedieran
los artistas en los distintos periodos de la historia del arte? ¿qué proporción
de pintores y escultores procedía de familias en las que los padres u otros
parientes cercanos eran pintores o escultores o ejercían profesiones
relacionadas con esos ámbitos? En los siglos XVII y XVIII la transmisión de la
profesión artística de padre a hijo se consideraba una norma establecida y los
hijos de los miembros de la Academia estaban exentos de pagar los honorarios
habituales por las lecciones". Por lo que mientras a los hijos los invitaban a
continuar las profesiones de la familia, a las hijas las educaban para ser buenas
madres y amas de casa.
Siguiendo esta secuencia,
la respuesta a la pregunta que daría título al artículo sería similar a la de "¿por qué no hay grandes artistas entre la aristocracia?", llevándonos a la
consideración de que las responsabilidades domésticas en el primer caso, o
sociales en el segundo, les impedía disponer de tiempo para crear arte.
Para que hombres de todas las épocas
se hayan podido dedicar a desarrollar vocaciones o trabajos artísticos, ha sido
necesario que mujeres de todas las épocas se dedicaran a las labores de
intendencia o logística doméstica, entre las que se encontraba el cuidado de hijos e hijas, soportando además la creencia de estar ocupándose de labores de inferior
calidad e importancia.
No obstante, a pesar de esta
asignación de tareas “inferiores” por motivos de sexo, que alejaba a la mujer
de la producción artística, las hubo que se enfrentaron a esos
convencionalismos sociales y lograron dedicarse al arte o a la literatura. A
pesar de la invisibilidad sistémica que la cultura patriarcal ha ejercido sobre
la mujer, investigaciones modernas han rescatado del olvido figuras femeninas
que destacaron en su tiempo por sus obras artísticas. Pero todo esto ha sucedido
como discretas anécdotas. Ya que confundir lo habitual con lo natural ha sido,
según John Stuart Mille, algo recurrente, que ha llevado a considerar
“antinatural” que la mujer pretendiera algo distinto a lo designado para ella
por la sociedad, y a los hombres a no aceptar la reducción de privilegios que
propone la igualdad.
El arte cotizado o civil ha sido
una prerrogativa de preeminencia y distinción masculina alejado del inventado “ámbito
femenino”, por lo que reconocer el doble valor de aquellas obras y mujeres artistas
es una obligación sumada a la responsabilidad de continuar descubriendo y
sacando a la luz sus trabajos e historias olvidadas.
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