Hunter Moon de Candice Lin |
La
división sexual del trabajo se configuró en el Paleolítico, cuando las
características biológicas de hombres y mujeres determinaron el reparto de
tareas. Que las mujeres optaran por unas ocupaciones compatibles con sus
actividades de madres y criadoras fue funcional y beneficioso para la tribu. Pero
esta explicación biológica sólo es válida en aquellos primeros estadios de la
evolución humana, por lo que los valores y las implicaciones basados en esta
diferencia son consecuencia de la cultura y, por tanto, la división sexual del
trabajo que se ha mantenido desde entonces y hasta nuestros días, es exclusivamente
cultural.
En
todo este tiempo las civilizaciones han evolucionado y la tecnología ha
incorporado mejoras destinadas a los hombres. Sin embargo, a pesar de que los
cambios tecnológicos han hecho posible alimentar a un niño con biberón sin
riesgo y hacerle crecer con otras personas que le cuiden que no sean su madre,
a pesar de que la mortalidad infantil ha descendido y la longevidad ha
aumentado, se ha pretendido que las mujeres continúen desempeñando los mismos
papeles y ocupaciones que eran necesarios en el Paleolítico y Neolítico. Gerda
Lerner en su obra El origen del patriarcado plantea que sólo suplir el
esfuerzo físico por el trabajo de las máquinas ha sido considerado progreso,
mientras se sigue considerando que, “de todas las actividades humanas, tan solo
el que las mujeres cuiden de sus hijos es inmutable y eterno.” Este determinismo
biológico que sigue anclado en el inconsciente, se manifiesta con descaro a
poco que fijemos la atención. El diario The Guardian acaba de publicar un artículo con la aseveración de que en estos meses
de confinamiento, como medida preventiva ante la crisis sanitaria por el Covid
19, las mujeres investigadoras han reducido sus publicaciones mientras que los
hombres investigadores las han aumentado. (1)
Y según un estudio del Departamento de Sociología y Antropología Social
de la Universidad de Valencia, “las mujeres con menores que teletrabajan
soportan la mayor parte del estrés derivado de esta situación.” El seguimiento
escolar de los hijos e hijas se desarrolla mayoritariamente por las madres, a
lo que hay que sumar el cuidado de la casa por lo que teletrabajan de madrugada
o madrugando. Esta realidad pone de manifiesto la diferencia en la que hombres
y mujeres están afrontado el confinamiento y desvela que la incorporación de la
mujer al mercado laboral le ha servido para duplicar su trabajo, remunerado
fuera de casa y no remunerado dentro del hogar.
La
división sexual del trabajo es el principio de la desigualdad que además va
unida a la subordinación al haberse aceptado que las tareas masculinas tienen
mayor importancia y trascendencia que las femeninas. El poder reproductor de la
mujer la llevó a la cosificación y a ser tratada como mercancía en el principio
de los tiempos y así sigue siendo hoy en día. Desde el intercambio de mujeres
en el Neolítico, hasta la prostitución actual, pasando por el concubinato, la
esclavitud y el expolio simbólico del cuerpo femenino, la virtud de dar vida ha
condenado a la mujer.
No
obstante, en el proceso de desposesión general (de autoestima, de consideración
como individuo, de libertad y autonomía) el patriarcado también ha pretendido
desposeer a la mujer del mérito de alumbrar inventando dioses masculinos
dadores de vida. Pero a pesar de todo ello, sólo el útero es capaz de albergar
el cigoto y la vagina de expulsar al feto. Por ello, quizás si nos negásemos a
ser madres como medida de protesta, a riesgo de reducir la población,
atentaríamos contra el principal argumento del patriarcado que ha servido para
subyugar a la mujer a lo largo de toda la Historia obligándola a dedicar la
mayor parte de su vida adulta a tener y cuidar hijos. Y sólo cuando las tareas
de cuidados estuvieran realmente compartidas e interiorizadas por los hombres retomar
la maternidad desde el convencimiento de que sus consecuencias serán abordadas
entre dos y el reparto desigual fruto del pasado.
(1) Artículo de Anna Fazacherley publicado en The Guardian el 12 de mayo de 2020
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