Segura de la Sierra es silencio.
Ajo-pringue, piedra y montañas. Caminar por las cuestas que forman sus calles al
mediodía o al atardecer sosiega el alma. Segura de la Sierra es aire limpio,
paz y frio.
Cuentan en Segura de la Sierra que
Jorge Manrique nació en su castillo comandado por su padre, Rodrigo Manrique, condestable
de Castilla y nombrado maestre de la orden de Santiago en el año 1446. Y narran
las voces populares que su madre, la aristócrata Mencía de Figueroa Laso de la
Vega lo crió entre conspiraciones palaciegas y santiaguistas.
Segura de la Sierra se levanta
sobre una montaña de difícil acceso tanto para los partidarios de Juana la
Beltraneja, enemiga de los Manrique, como para los seguidores de Álvaro de Luna,
eterno antagonista en la orden de caballería y sobre todo para los “infieles”
con los que se mantiene una constante lucha de fronteras.
Que Las Coplas a la muerte de su
padre, canon de la literatura universal, las escribiera Jorge Manrique durante
su estancia en Segura de la Sierra no está constatado, no obstante, el heroísmo
y las virtudes que el poeta destaca de su padre, fueron contadas y vividas tras
los muros del castillo y más allá de las murallas que fortificaban la ciudad.
Lope de Vega diría que estas coplas “merecían ser escritas en letras de oro” y
Azorín que el poema goza de una “sentenciosidad y un ritmo quebradizo y fúnebre
como el repique funeral de una campana”.
Jorge Manrique pasearía por las
calles de Segura de la Sierra, escudriñaría sus rincones y divisaría el
horizonte como ejemplo de eternidad. Por ello sus coplas son una serena
meditación sobre el paso del tiempo y una melancólica reflexión sobre la muerte
y su irónica fuerza de igualar a ricos y pobres.
Las Coplas a la muerte de su
padre, posiblemente Manrique pudiera haberlas escrito en cualquier lugar, pero
sólo la belleza, misterio e impetuosidad de Segura de la Sierra pudo haberlas dotado
de inmortalidad.
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