Mis zapatos
de los domingos, junto a los botas de futbol de mi hermano Jose Manuel, los
zapatitos blancos de mi hermana Yolanda, los zapatones negros de mi padre y los
tacones de mi mamá. También una copa de coñac para los Reyes Magos y pan duro
para los camellos. Cada 5 de enero por la noche teníamos los nervios a flor de
piel, el suelo del salón lleno de los caramelos recién cogidos en La Cabalgata
de Reyes y el roscón a medio comer. Había que acostarse pronto para que llegara
la magia y dormirse bajo aquellas sábanas arropadas con mantas y cómplices de
nuestra emoción ante la inminente llegada de la mañana. El sol siempre brillaba
el 6 de enero y a pesar de ello, nos hacíamos los remolones. Queríamos prolongar
el entusiasmo previo al descubrimiento, pero la excitación nos levantaba revoltosos
de la cama. Ya habían pasado los Reyes Magos y nos habían dejado los juguetes
que, entre garabatos habíamos pedido en la carta, como nos habían indicado
nuestros padres, para enviársela a los Reyes.
Pasaron los
años y con ello, el descubrimiento de La República. Sin embargo, cada 6 de
enero vuelvo a creer en esa Mágica Monarquía que nos contagia de fascinación
ancestral y nos hace revivir las emociones, que desdibujadas, conservamos de
nuestra infancia.
Ahora son también
recuerdos, los pequeños botines de Pablo, junto a las zapatillas de estar por
casa de Alonso, las botas de Jose Ángel y mis zapatos de salir. A los Reyes les
dejamos aguardiente de Almonaster y a los camellos igualmente pan duro. La
noche del 5 de enero sigue siendo el preludio del embeleso y hasta donde
alcanza la memoria de mis hijos, la extravagante tradición de ver la película La Leyenda
de la Ciudad sin Nombre. Amodorrados y empachados de Rosco de Reyes, intentamos
alcanzar las camas y una vez más desear que la noche pase rápido. Al despertar
del 6 enero suena la banda sonora de Los
Teleñecos en Cuento de Navidad y vuelven las emociones y la resistencia a que
acabe el momento mágico de asomarse al salón y descubrir que todos los deseos
se han hecho realidad. El hechizo, el encantamiento y el embrujo de la mañana
del 6 de enero no puede ser mancillado por la ciencia, la ortodoxia y la razón.
Al menos ese día la inocencia y la bondad inunda el mundo y nos ilumina con el
prodigio de la magia.
Comentarios
Publicar un comentario