Cuando Joseph Conrad escribió El corazón de las tinieblas no imaginó
que su historia se convertiría en fetiche de la cinematografía moderna. Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola y
ahora Ad Astra de James Gray giran en torno a la atormentada conciencia
del Coronel Kurtz extrapolada a la guerra del Vietnam en el primer caso, y a
Saturno en el segundo.
Si en Apocalipsis Now el sopor húmedo de la selva vietnamita nos conducía
a los territorios inexplorados de la mente de Kurtz, en Ad Astra es la asepsia de la nave espacial. Si en el film de Coppola
eran los disparos de la guerra los que nos adivinaban el horror, en la película
de James Gray es el silencio del espacio. Dos historias de ornamentación
antagonista con un objetivo común. Ad Astra simboliza el espíritu de los pioneros que descubrieron el Nuevo Mundo, el esfuerzo y la constancia de los científicos que transformaron el conocimiento y, también representa la locura que les acompañó. Pero, además, realiza una compleja lectura sobre la culpa tan presente en la cultura occidental. Todo ello envuelto en la embriagadora banda sonora de Max Richter convierten la película en un nuevo icono de la ciencia ficción.
Con ritmo lento y diálogos escasos, su propósito logra la inmersión del espectador, de la mano del protagonista interpretado por Brad Pitt, en una aventura agobiante en la que el tiempo y el espacio se confunden.
Un Tommy Lee Jones y un Donald
Sutherland, demasiado envejecidos junto a Liv Tyler, con un breve papel
secundario, actúan como floreros en una historia en la que Brad Pitt ocupa siempre
el plano principal para conducirnos a los atribulados espacios de su alma.
La metafísica, la ciencia y la
religión se combinan en esta historia que, a pesar de contar con persecuciones
de coches en la misma luna, termina por resultar aburrida. Quizás por el
montaje aletargado como el universo, o la secuencia de planos lánguidos como el
cosmos, lo cierto es que los 122 minutos resultan de una cadencia que raya el
infinito.
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