En su empeño por aminorar la gravedad
del delito, primero lo llamaron crimen pasional y luego violencia doméstica, términos
a los que algunos ahora nos querrían retrotraer para situarnos, de nuevo, en
uno de nuestros pasados más oscuros. No obstante, la cruda realidad ha puesto
las cosas en su sitio y les ha dado los nombres que le corresponden.
La terrible matanza que tuvo
lugar el pasado 3 de agosto en Texas, también ha contado con su episodio
gubernamental empeñado en reducir la gravedad de lo ocurrido, rebajando el terrorismo
a la categoría de “doméstico”, como, si de algo sin importancia, se tratara. El lenguaje es uno de los máximos constructores de realidad y, nuestros imaginarios individuales y colectivos se conforman con las palabras que, a su vez, actúan de armazón en nuestro pensamiento. Es por ello, que nunca es azarosa la utilización de una palabra o un adjetivo a la hora de describir o representar una realidad.
Que un supremacista blanco,
arengado por el mismísimo presidente de los Estados Unidos de América asesine a
22 personas de origen hispano en un centro comercial de El Paso, uno de los
lugares más sensibles por su naturaleza fronteriza con México, es sin duda, un
acto de terrorismo. Sin embargo, las autoridades lo definieron como “terrorismo
doméstico” con objeto de aplacar la trascendencia del suceso.
Con esta matanza, alentada
directamente desde la Casablanca, la incitación institucional al racismo acaba
de cobrarse sus primeras víctimas y, puede convertirse en una exponencial espiral
de violencia que acabará con más vidas, haciendo que de poco sirva poner, a las
palabras, paños calientes.
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