La equivalencia de spoiler en español es destripar y eso es
justo lo que me dispongo hacer, por lo que al igual que ayer Pepa Bueno en la
SER invitó a su audiencia a apagar la radio porque iban a hablar de Juego de Tronos, en este artículo invito
ahora a los y las lectoras a abandonar el blog si aún no han visto el último
episodio.
Juego
de Tronos, el folletín por excelencia del siglo XXI ha terminado. El
lunes 20 de mayo HBO emitió el último capítulo de esta serie de ocho temporadas
que ha mantenido en vilo, durante años, a un público de lo más variopinto. Al
principio sólo los frikis veíamos esta saga de G.R.R. Martin que, al más puro
estilo tolkiano, nos atrapó entre conspiraciones palaciegas y el pavor al
dominio de Sauron tornado en caminante blanco, pero, con el tiempo, el espectro
de la audiencia se fue ampliando y hoy escuchamos a cualquiera decir: por favor
habla bajo que no me quiero enterar.
Winter is coming o el fin
de la Tierra Media nos ha mantenido pegados a una pantalla durante horas, que
parecían segundos, por lo que las expectativas ante el desenlace eran
altísimas. Los personajes que con tanto acierto G.R.R. Martin construye y los
guionistas de la serie desarrollan a lo largo de las últimas temporadas
encorsetan el final. Sus fortalezas y debilidades constriñen las posibilidades
de quien se sentaría en el Trono de Hierro, pero nuestra fe en los sacro-guionistas
nos aferró a la ilusión de un final apoteósico, que no llegó.
Si en algo destaca la serie es
en el rol preponderante otorgado a la mujer. Desde la joven Lyanna Mormont o
Brienne de Tarth, Igritte, la salvaje, Melisandre, Cersei, Sansa, Arya, Cat
Stark, o la vieja Olenna Tyrell, todas son fuertes y dueñas de sus vidas. Y de
entre todas ellas Daenerys Targaryen se convertiría en la preferida. La
secuencia del guion y su sincera apuesta por lo femenino, a lo largo de todos
estos años, hacía que fuera inadmisible un final que no pasara por entronizar a
una mujer, pero nuestras esperanzas en Daenerys se esfumaron de un plumazo tras
sucumbir al destino fatal de su sangre. A esas alturas sólo Arya, verdadera
heroína, podía haber ocupado el trono, sin embargo los guionistas no quisieron
enriquecer al personaje con nuevas tramas que le facilitaran el camino.
Mucha prisa y pocas ideas en el
momento crucial de la serie. En seis capítulos de la temporada más esperada de
todas, no pasa nada. Preparativos y más preparativos para la guerra, primero
contra los caminantes blancos y luego contra Cersei. No sucede nada inesperado
como nos tenían acostumbrados, no hay ninguna subtrama que nos encandilara de
nuevo y que hubiera dado, por ejemplo, al personaje de Arya alguna alternativa.
Desconocemos si el cansancio o el aburrimiento llevó a los guionistas a sentar
a los supervivientes de Desembarco del Rey a debatir sobre el tipo de gobierno
más idóneo y de paso, a elegir corriendo, al nuevo rey. Resultó ser el mayor
anticlímax imaginado. Ni siquiera un discreto indicio con antelación para
congratularnos con la decisión de nombrar a Bran rey de los seis reinos y no de
los siete porque Sansa aprovecha para declararse independiente.
Los héroes ocupan sus nuevos
espacios, pero la épica de este mester de juglaría pierde fuelle. Jon Nieve regresa al principio, pero no como
Frodo y Sam que tras salvar al mundo se recrean felices, aunque sintiéndose
distintos, ante una jarra de cerveza. Nieve no elige volver al Muro y por ello,
con un gesto de sumisa rebeldía, decide marchar con los salvajes. Arya culmina
la gesta cruzando el mar ignoto dejando atrás el mundo conocido y Tyrion, de
nuevo Mano del Rey, será quien se ocupe de lo mundano. El final, quizás no esté tan mal. Una reina en el Norte y un tullido visionario y asceta para gobernarlos a todos.
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