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Georgia O`Keeffe |
A poco que se rasgue, se descubre
el cartón del que está hecho ese decálogo de falso feminismo que han venido en
llamar “liberal”. Con sólo leer el primero de sus postulados se adivina el
rancio machismo que oculta al no utilizar el lenguaje de género. El segundo y
tercer punto refieren asuntos de perogrullo, pero en el cuarto, vuelve a vérseles
el plumero, o la patita por debajo de la puerta: al mencionar que la mujer no
debe elegir entre su carrera y la familia, reafirman el reparto tradicional de
roles, reconociendo de manera subliminal que la familia es responsabilidad del
genero femenino. En su quinto postulado se reafirman al rechazar abiertamente
el lenguaje de género, cuando es precisamente el lenguaje uno de los
principales baluartes de la visibilización de la mujer. En el sexto y el séptimo
regresan de nuevo las perogrulladas una vez más dirigidas a “los ciudadanos”
obviando a las “ciudadanas”. El octavo al mencionar que es reduccionista
considerar que las mujeres nacen víctimas, da pábulo a ese pensamiento de
reacción y ataque patriarcal hacia la mujer. Y por último y como colofón, en el
noveno y décimo punto se desprestigia a los movimientos feministas que durante
tres siglos han luchado por igualar los derechos de hombres y mujeres, sufriendo
torturas y asesinatos.
Este decálogo no es más que una
burda estratagema. Un intento fallido de engañar a quien quiera dejarse engañar
y, de paso denostar, el trabajo y el sacrificio que durante años, cientos de miles de mujeres feministas invisibilizadas han entregado a la lucha por la igualdad.
Este decálogo se suma a la
reacción misógina que la extrema derecha está liderando, ante el temor de la
posible pérdida de los privilegios que el patriarcado otorga a los hombres. Como
Manuel Vicent publicara en El País en noviembre de 2004: “Nadie les va a
quitar las fincas rústicas o urbanas, podrán continuar matando cochinos,
venados y perdices hasta el final de sus días, seguirán saludando con una
cigala en la mano a sus amigos en las marisquerías, los notarios y
registradores serán siempre sus aliados naturales, darán dentelladas de escualo
en los despachos insonorizados y después de una vida llena de tajadas volarán al
cielo, donde serán recibidos por Dios con los brazos abiertos bajo una lluvia
de mazapán
(..)”.
Y querrán además que las mujeres continúen dedicándose
a lo que les corresponde por designio divino: el cuidado del varón y de los
hijos. Ya lo decía Clara Janés en su libro “guardar la casa y cerrar la boca”.
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