La biografía de España ha
dibujado a lo largo de los años un caminar incierto hacia adelante y hacia
atrás. En los libros de Historia se cuenta cómo, cada vez que se lograban
avances sociales y democráticos, surgían movimientos contrarreformistas que se
empeñaban en evitarlos, consiguiéndolo en la mayoría de los casos.
Este 2019, recién estrenado, se
recordará como un ejemplo de ello. Los avances en igualdad y en la lucha contra
la violencia de género corren peligro, de igual modo que lo corrieron todos los
avances sociales y de libertades que en la II República quisieron poner a
España a la altura de las modernas democracias europeas. Nada es para siempre y ninguna ley está libre de ser derogada a pesar de que fuera aprobada para proteger de abusos y denigraciones.
Al igual que los pueblos
antiguos evitaban pronunciar el nombre de Dios para que éste no se presentara,
habría que empezar ahora a evitar mencionar el nombre de aquellos que dicen que
vienen a cambiar lo que tanto ha costado construir con consenso y respeto.
Y han decido empezar con una
nueva caza de brujas. Siempre la mujer ha sido el blanco de las mayores
atrocidades en los momentos de crisis o cambios y en esta ocasión no iba a ser
distinto.
El nombre es el que convierte
en realidad las cosas y de tanto nombrarlos los han visibilizado, naturalizado
y traído a la realidad, procedentes de un averno medieval, atrasado y violento.
Una vez más, la historia nos
pone a prueba, pero como nuestro pasado es un gran desconocido, lo más probable
es que estemos obligados a repetirlo, y, a menos que despertemos y pongamos
remedio, volveremos a iniciar esos pasos atrás que tanto nos han caracterizado
como pueblo que abruptamente zigzagea.
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