Las elecciones autonómicas del
pasado 2 de diciembre han dibujado un nuevo escenario en Andalucía, para cuya
construcción habrá que sacrificar piezas que probablemente supongan costes
políticos en el futuro.
La disminución del voto de
izquierda y su consecuente reproducción en menor número de diputados merece alguna
que otra reflexión, así como la irrupción de la extrema derecha y su ruptura
con su espacio natural.
Los momentos de crisis
económicas, han sido históricamente rentabilizados por los populismos de
extrema derecha liderados con propuestas vacuas y discursos grandilocuentes,
bien acogidos siempre por la muchedumbre. Y quizás, esa pueda ser una de las
lecturas de este rocambolesco resultado electoral.
Andalucía es una de las
comunidades autónomas de España con mayor índice de paro y las décadas del
socialismo paternalista andaluz, parece que no han servido para evitarlo,
manteniendo los niveles de desempleo y la ausencia de nichos industriales o
empresariales. No obstante, las sucesivas victorias electorales fueron creando
una suerte de autocomplacencia que impidió estar alerta y atisbar el importante
grado de insatisfacción existente.
El desgaste, propio de los
muchos años de gobierno y, que ha llevado al nuevo escenario en el que nos
encontramos, puede ser revertido en fortalecimiento. Es el momento de engrasar
la maquinaria con nuevas ideas y la frescura de nuevos aires, porque, aunque
sea duro el tránsito por el desierto, el oasis que hay más allá del horizonte, será
la gran oportunidad de retomar de nuevo el camino con más fuerza e ilusión.
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