En la frontera entre Badajoz y
Huelva existe un antiguo castro celta, recién restaurado, que nos acerca al
mundo de nuestros antepasados, aquellos que habitaron ese territorio llamado
entonces Beturia.
La historia de ese castro,
descubierto en Higuera La Real, es la historia de un pueblo casi olvidado y que
no obstante, permanece en nuestro acervo cultural de forma tímida y silenciosa.
Lo que allí ocurrió durante la
invasión romana de la península ibérica fue una muestra de los modos de
dominación, sometimiento o colonización practicados a lo largo de toda la
historia. El imperio romano avanzó sobre los pueblos antiguos arrebatándoles
cultura, costumbres y religión,
aprovechándo los momentos de mayor vulnerabilidad. Así sucedió en Castro Capote
durante la noche de Samain allá por el año 152 antes de nuestra era. Todo
el pueblo se encontraba festejando uno de los días más importantes de su
calendario: aquel en el que durante la noche, el velo que separa el mundo de
los muertos del de los vivos se rompe. En la noche del 31 de octubre, las almas
de los que se fueron cruzan el umbral y visitan a sus familiares vivos, por
ello, se les recibe con velas e incluso banquetes, con la certeza de una unión
comunal que sólo dura unas horas.
Nuestros
antepasados los celtiberos celebraban la festividad de Samain o la muerte del
verano en memoria de sus ancestros, para los que se encendían hogueras y
ayudarles así a guiarse en la oscuridad. Durante esta noche las leyes del
tiempo y del espacio quedaban temporalmente suspendidas y se honraba al dios
Dagda quien con su arpa convocaba a las estaciones del año. Arrancaba tan
suaves melodías que muchos mortales pasaban al otro mundo como en un sueño, sin,
ni siquiera, percatarse de ello.
En
esa noche el clan se siente más unido y se fortalecen los lazos entre vivos y
muertos en torno a banquetes y relatos épicos de los que se fueron. Es la noche
más especial y mágica de un pueblo que no conoció la escritura y que mantuvo su
cultura a través de la tradición oral.
Y
fue esa noche, precisamente esa noche,
la escogida por las tropas del pretor Marco Atilio para invadirles y
someterlos, terminando con una tradición que, no obstante, ha llegado hasta
nuestros días, en el empeño romántico de algunos por no olvidar.
De
lo que sucedió aquella fatídica noche han quedado restos arqueológicos en
Castro Capote y gracias al trabajo de restauración de la Junta de Extremadura
se puede descubrir parte de aquel pasado
nuestro tan desconocido.
Hoy
31 de octubre, con este relato, quiero recordar a este pueblo, que es nuestro
propio pueblo.
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