Un concepto de nuevo cuño y que cada día
está más presente en las agendas medioambientales es el de Economía Circular,
entendiendo por ello, la posibilidad que tienen las empresas de convertir los
residuos que generan sus procesos, en recursos y de este modo cerrar un círculo
que, hasta ahora, estaba abierto. Tradicionalmente la economía es lineal, es decir,
de la naturaleza se extraen los recursos, se consumen y por último se desechan.
Ante este modelo que ha llevado al agotamiento de recursos y a la acumulación
desorbitada de residuos, la Unión Europea, en el marco de su estrategia Europa
2020, está fomentando la transición a este nuevo modelo de economía circular.
En el marco del desarrollo sostenible, en
el que los gobiernos más responsables y comprometidos con el medio ambiente se
identifican, la economía circular propone un nuevo modelo donde los residuos
generados puedan ser aprovechados nuevamente en otras cadenas
productivas con el objetivo de minimizar el consumo de materias primas, agua y
energía. La economía circular pretende así, reducir el importante impacto que
la sociedad moderna ejerce sobre el medio ambiente, frenando el acelerado nivel
de consumo de recursos existente.
Un ejemplo de economía circular, es el
proceso de cogeneración, en el que a partir de un residuo, como pueden ser los
lodos procedentes de la depuración de las aguas residuales se genera biogás,
energía limpia, y calor. De este modo, se elimina un residuo y, a la vez, se
genera electricidad y calor. Y si, además, se añaden residuos de alta carga
orgánica como los procedentes de la industria agroalimentaria, (cárnicas, frutas,
bebidas, lácteas y de alimentación para mascotas), además de incrementar la
producción de energía verde se evita que estos residuos terminen en vertederos
con la consecuente emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera
derivada de su propia descomposición.
Este camino iniciado, parece,
afortunadamente, no tener retorno, a la vista de la sentencia del 7 de marzo de
2018 del Tribunal de Justicia de la Unión Europea contra el impuesto a los
hidrocarburos, que algunos países, entre ellos España, aplicó con el anterior
gobierno, a las empresas que producían biogás, claramente contrario a las
estrategias de fomento de energías limpias para evitar el cambio climático. La
sentencia establece la exención fiscal obligatoria para los productos
energéticos utilizados en la producción de electricidad, incluso cuando estos
productos se utilizan en una unidad de cogeneración. Esta sentencia obligó
también al Gobierno anterior a incluir en su Proyecto de Ley de Presupuestos
Generales del Estado para 2018 la exención en la fabricación e importación de
biogás que se destine a la producción de electricidad en instalaciones de
energía eléctrica o la cogeneración de electricidad y calor o a su autoconsumo
en las instalaciones donde se haya generado. Con esto se suprimiría el impuesto
y se regresaría a la situación existente en 2013 facilitando la producción y
consumo de una energía limpia como es el biogás.
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