Nadie discute a estas alturas que el
cambio climático es una realidad, a excepción de Donal Trump, por supuesto. Sin
embargo lo que sí es fruto de polémica es qué podemos hacer y quienes pueden
hacerlo para reducir sus efectos sobre el planeta y nuestras vidas.
El desarrollo tecnológico derivado de la
revolución industrial del siglo XIX ha logrado, al menos en lo que denominan
“primer mundo” niveles de confort inimaginables, permitiendo mayor longevidad y
mejores condiciones de vida. No obstante este desarrollo no ha sido gratuito,
ha llevado consigo el aumento de la producción de gases de efecto invernadero y
con ello la irrupción del cambio climático y sus consecuencias. Inundaciones,
aumento del nivel del mar, olas de calor y sequías que afectan sobre todo a los
países más pobres del planeta, son algunos de los efectos de este cambio
climático que ha llegado, para nuestra desgracia, para quedarse.
Las llamadas de alarma por parte de
colectivos ecologistas y científicos fueron tomadas por los gobiernos como
alarmistas, sin considerar todo lo que en ellas hubiera de cierto, pero el
tiempo les ha dado la razón. Desde el año 1992, se suceden cumbres políticas en
las que se analiza el estado de la cuestión y se proponen estrategias a medio y
largo plazo, para, si no evitar, al menos, reducir los estragos que el cambio
climático puede producir. La última de éstas, relevante por los grandes
acuerdos a los que se llegó, fue la Cumbre de Naciones Unidas, celebrada en
París en diciembre de 2015. Esta Cumbre concluyó con el compromiso, por parte
de los países firmantes, de evitar 2ºC el incremento de la temperatura media
global y de promover las medidas necesarias para que no superase el 1,5º C.
Esto confirmó, que aún estamos a tiempo, si no de impedir el cambio climático,
al menos de reducir nuestras acciones que lo provocan.
La principal causa del cambio climático se
debe al denominado “efecto invernadero” que consiste en la retención del calor
del sol en la atmósfera de la Tierra por parte de una capa de gases que, de
forma natural, ejerce esta función para hacer posible la vida en el planeta, ya
que, sin ellos, sería imposible, debido a las bajas temperaturas que tendría la Tierra. Entre estos gases se encuentra el dióxido de carbono, el óxido nitroso
y el metano pero, su desproporcionada acumulación en la atmósfera como
consecuencia de la industrialización y la combustión de fósiles (carbón,
petróleo y sus derivados y gas natural) durante el siglo XX, impide que las
radiaciones infrarrojas que emite la Tierra al calentarse salgan al espacio
provocando así el calentamiento global. De este modo, el aumento del 30% de la
concentración de estos gases de efecto invernadero en la atmósfera, como
consecuencia de las actividades humanas, es el responsable de que se haya roto el
equilibrio natural que ha permitido la vida en la Tierra hasta la fecha y es la
principal causa del aumento de la temperatura y de los fenómenos climáticos
extremos que lleva consigo.
No obstante, podemos hacer mucho para
frenar este nefasto modelo de desarrollo. Entre todos y todas debemos procurar
hacer realidad la transición de este modelo económico basado en energías
fósiles y contaminantes hacia otro que tenga como pilares el ahorro, la
eficiencia y la utilización de energías renovables. Debemos sustituir el uso de
energías de combustión fósil que emiten grandes cantidades de CO2 por
energías limpias como la eólica, la solar, la hidroeléctrica y la
cogeneración. Reducir los consumos de recursos naturales como agua y energía y
obedecer la ley de la triple r: reducir el consumo de recursos, reutilizarlos y
reciclarlos, añadiendo a esta propuesta un nuevo valor, la de la eliminación
del residuo, como por ejemplo a través de la cogeneración para la producción de biogás, energía verde.
La tierra en la que vivimos no es una
herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos, por lo que es
una imperiosa necesidad extender el desarrollo sostenible a todos los ámbitos
de la sociedad, a nivel empresarial y por supuesto doméstico.
“Cuando la sangre de tus venas vuelva al
mar, y el polvo de tus huesos regrese al suelo, quizás comprendas que esta
tierra no es tuya, sino que tú perteneces a esta tierra” Proverbio Sioux
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