Es difícil imaginar un mundo en el
que la mitad de la población no pudiera votar. Pero eso aún sigue sucediendo en
países como Arabia Saudí y en países como Suiza dejó de ocurrir en 1971, es
decir, antes de ayer.
Hay quien cree que
los derechos de los que disfrutamos en las democracias occidentales cayeron del
cielo o existen desde el principio de los tiempos y, ni una cosa ni la otra.
Muchos de ellos son derechos conseguidos hace poco y gracias al sacrificio de muchas
personas que incluso dieron sus vidas para que hoy pudiéramos disfrutar de algo
tan elemental como el derecho al voto femenino.
Fueron las
sufragistas las que pelearon en el Londres de finales del siglo XIX por
conseguir que la mujer pudiera votar y consecuentemente redactar leyes y
derogar injusticias impuestas por el machismo del patriarcado reinante como que
los hijos e hijas era exclusivamente de los hombres quienes podían darlos en
adopción sin el consentimiento de la madre.
En España, fue la
República quien le concedió el voto a la mujer en el año 1933 pero aquel
derecho quedaría enterrado pronto bajo la dictadura y su propaganda fascista en
la que relegaron a la mujer al papel de esposa sumisa y dócil o puta en el que
caso de que reivindicara sus derechos y su libertad.
A aquellas
sufragistas que enseñaron a las generaciones venideras el valor de la unión y
la lucha por la justicia, quiero dedicar hoy este artículo, porque es el
recuerdo el que da la inmortalidad y la memoria la que nos permite seguir
adelante.
“Hechos y no
palabras” fue la frase que las acompañó en su lucha calificada de violenta
porque tiraban piedras a los escaparates, ponían artilugios explosivos o
gritaban en las manifestaciones. Pero, ¿es que había acaso otro modo de llamar
la atención de los políticos que miraban hacia otro lado ante sus
reivindicaciones? expresaban y argumentaban que era el único lenguaje que
entendían los hombres.
La policía las
tenía fichadas como a delincuentes peligrosas, las vigilaban para evitar que se
reunieran y las detenían y enviaban a la cárcel con pasmosa naturalidad. Las
sufragistas significaban una amenaza al modelo de sociedad que los hombres
habían impuesto. Estaban decididas a mostrar la miseria en la que se
encontraban las mujeres en el entorno laboral, a quienes les asignaban los peores
trabajos, los menores salarios y pésimas condiciones.
Winston Churchill
dijo de ellas que eran "una copiosa fuente de mentiras"; Arthur Conan
Doyle las menospreciaba llamándolas "hooligans femeninas" y la reina
Victoria manifestó: "son el horror a favor de esa locura perversa llamada
Derechos de la Mujer. Dejad que las mujeres sean lo que Dios quiso: una ayuda
para el hombre, pero con vocaciones y obligaciones totalmente diferentes".
Aquella lucha nunca
ha desaparecido porque los derechos de la mujer siguen mermados, porque el
modelo machista bajo el que nacemos y crecemos no nos hace libres, sino todo lo
contrario. En voz baja pero sin flaquear, hemos mantenido, todo este tiempo,
nuestras justas reivindicaciones. Ahora no tiramos piedras a los escaparates,
ni utilizamos artilugios explosivos o bombas, contamos con un
derecho a huelga que debemos aprovechar.
Aquellas mujeres
valientes que se sacrificaron por nosotras se merecen un homenaje y qué mejor
regalo a su memoria que una masiva participación en la huelga feminista
del próximo jueves 8 de marzo.
Por ellas y por
tantas mujeres que dejaron y dejan su vida en la lucha por la igualdad. Por las
que fueron y son capaces de gritar y por las que callaron y callan en silencio
sufrieron la opresión. Por las que no tuvieron ni tienen la oportunidad de
defender sus derechos y por las que amedrantadas decidieron y deciden no
hacerlo. Por todas y cada una de las mujeres de la humanidad.
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