Uno
suele regresar siempre a su lugar común. A aquel en el que se siente
seguro por conocido, y Guillermo del Toro lo hace una vez más en su
última película “La forma del agua” (2017), pero, en esta
ocasión con un cariz poético que la hace especial y la convierte en
una auténtica belleza.
La fotografía y el color embriagador en tonos predominantemente verdes y azules como el agua, crean una atmósfera ideal para desarrollar una historia que no por sabida, deja de ser hermosa. La bella y la bestia pero sin príncipe hechizado. Un monstruo solitario atrapado en un mundo que no le corresponde.
La fotografía y el color embriagador en tonos predominantemente verdes y azules como el agua, crean una atmósfera ideal para desarrollar una historia que no por sabida, deja de ser hermosa. La bella y la bestia pero sin príncipe hechizado. Un monstruo solitario atrapado en un mundo que no le corresponde.
Pero,
no es el único monstruo por sentirse diferente. Todos los personajes
de la película se sienten ajenos en el lugar que les ha tocado
vivir. El pintor homosexual en una América homófoba, la limpiadora
negra en un país racista y machista, el científico ruso que ama la
ciencia más allá de banderas patriotas y también el camarero con
aspiraciones intelectuales atrapado en un pueblo mentecato y,
sobre todo la protagonista, Eliza, por ser muda, algo que ella
expresa, la hace incompleta. Todos, en parte, son monstruos infelices
y solitarios atrapados en jaulas de las que no pueden escapar.
Incluso el agente Strickland que, alejado del simplismo maniqueo,
Guillermo del Toro le otorga también la insatisfacción propia del
que se cree en el lugar equivocado. El sólo quiere un destino
estable para vivir con su mujer e hijos en una casa bonita.
“La
forma del agua” es un poema en torno a la soledad del que se siente
diferente. Es un verso suelto en la filmografía de Guillermo del
Toro por la humanización de todos y cada uno de sus personajes,
aunque con el lugar común de destacar la figura del monstruo que
todos llevamos dentro. El propio del Toro ha confesado que desde su
infancia se sintió fuera de lugar. En Méjico, le trataban como
gringo y en Estados Unidos como mejicano.
La
música, verdadera responsable, junto a la fotografía, de la belleza
de esta obra es del compositor francés Alexandre Desplat, ocho veces
nominado a los Oscar y siendo ganador de uno de ellos, por fin, por
la banda sonora del film “Hotel Budapest” de Wes Anderson.
Las
actrices y actores sin ser de los más cotizados y famosos de
Hollywood, logran dar a sus personajes la credibilidad y redondez
necesaria para hacer de esta película una gran película. Sally
Hawkins, Richard Jenkins, Octavia Spencer, Michael Stuhlbarg y
Michael Shannon componen el reparto de esta bonita historia en torno
al monstruo interpretado por Doug Jones, el mismo que se ocultaba
bajo el personaje del fauno, del film, “El Laberinto del Fauno”
de 2006.
El
monstruo, una criatura más del imaginario fantástico de Guillermo
del Toro, bebe sus raíces en el ser protagonista del film “La
mujer y el monstruo” (“Creature from Black Lagoon”) del año
1954 del que el cineasta confiesa es uno de sus largometrajes
favoritos, pero dotado de todos los avances que la tecnología y el
diseño digital han logrado con el tiempo y que le proporcionan el
realismo que el público espera cuando va a ver una película de
monstruos.
Más
allá de criaturas fantásticas, las reminicencias al cine francés
son indiscutibles. Amelie y Odette sobrevuelan, o mejor dicho, se
sumergen en las aguas de este universo en el que la protagonista es
una mujer solitaria, entrañable y soñadora. Pero a esto,
Guillermo del Toro le suma su firma ineludible en la que hombres y
dioses pugnan por sobrevivir en una lucha cainita en la que los
dioses perecen pero siguen siendo inmortales.
Comentarios
Publicar un comentario