Cuenta Eslava Galán en su trilogía templaria, que las
trompetas de Jericó sonaron para ocultar el nombre de Dios, el Shem Shemaforah que fue
pronunciado para destruir las murallas de la ciudad.
EMAFORASH
Y, como las trompetas de Jericó, durante ocho años
estuvieron sonando voces malintencionadas en busca también de un derrocamiento,
del muro de contención que gobernaba en Sevilla bajo las siglas PSOE-IU.
Dando por válida la propuesta de Nicholas Wilcox, seudónimo que utiliza Eslava
Galán en la mencionada trilogía sobre que el ruido de las trompetas ocultaban
al auténtico autor de la caída de la muralla, que no fue otro que el sonido del
nombre de Dios, de igual modo, durante los ocho años (2009-2017) que duró la instrucción del caso
Mercasevilla, el ruido mediático y callejero provocado por los movimientos de
los maletines con rueda de la jueza Alaya, pretendían ocultar la verdadera
finalidad del juicio.
Fueron años en los que la prensa local y parte de la
nacional copaba sus portadas con filtraciones del sumario que, se hacían
especialmente insistentes, en periodos electorales.
Aquel fue un juicio en el que los imputados comparecían
cuasi como condenados, un caso que recordaba a la caza de brujas de McCarthy contra comunistas y socialistas (¡caramba que
coincidencia!).
Pero, como no siempre pasa, el tiempo pone a cada uno en su
sitio y con la sentencia que se hizo pública hace hoy un mes, se recupera el
honor perdido de políticos, gestores públicos y empresarios.
Honor que se perdió junto a la salud de muchos de ellos, a
las economías familiares y a las carreras políticas y empresariales dejadas
bajo las ruedas de los troilets de última moda.
Han pasado ya 30 días desde que se conoció la sentencia,
pero mucho tendrá que pasar para que se olvide el sufrimiento y el escarnio
provocado.
Mucho se ha perdido en estos ocho años para los diez
procesados absueltos cuyos nombres fueron tantas veces titulares, pero también
se ha perdido para todos nosotros parte de la inocencia innata de creer que la
Justicia nos protege.
Ese muro que queremos considerar infranqueable y bajo el que
nos parapetamos esperando justicia, se derrumba con casos como este, sin requerir
ayuda, ni de trompetas ni del nombre de Dios.
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