Ticio de Ribera |
Para que las heridas se sequen hay que dejarlas al aire, es
decir hay que abrirlas, ver lo que hay y esperar a que cicatricen.
Y hay heridas que tardan más de 40 años en cicatrizar porque
nunca les dio el aire, porque se ocultaron en un pacto de silencio que en la
Transición pudo tener sentido, pero que hoy es incompresible.Conocer el pasado, de dónde venimos y qué errores se cometieron es el único modo de afianzar el firme para construir el futuro. Es la garantía de una sociedad madura capaz de enfrentarse a nuevos retos. Seguir con la cantinela de que rescatar la memoria de un tiempo reciente terrorífico, es abrir heridas sigue siendo un gesto de infantilismo o de tratar como infantil a una sociedad que ya ha crecido.
Y esto que lo tengo siempre a flor de piel, se me escapa a borbotones del teclado del ordenador a propósito de la polémica en torno a los restos de uno de los mayores sanguinarios y asesinos de la Guerra Civil Española y Posguerra franquista, enterrados bajo el suelo de la Basílica de la Macarena, icono religioso y turístico de la ciudad de Sevilla.
Según los historiadores Francisco Espinosa Maestre y José
María García Márquez, la represión franquista en Andalucía entre 1936 y 1951 supuso
el asesinato de más de 50.000 personas, de las que 12.509 corresponden a
Sevilla y su provincia y un buen número de ellos se le atribuyen a Queipo de
Llano, responsable también de ‘la desbandá’, que regó de muerte la carretera de
Málaga a Almería y que significó la peor
matanza y la mayor huida de población civil en Europa antes de la guerra de
Yugoslavia.
Con este curriculum es de sentido común (y mucho se ha
tardado) en que el pleno del Ayuntamiento de Sevilla aprobara una
moción para proponer la retirada de sus
restos de la Macarena. Y es sintomático también de una sociedad ya cansada de
tantos silencios y de tener tantas tragaderas.
Es inaudito que uno de los más crueles protagonistas de la
guerra civil mantenga aún en el año 2017 el privilegio de estar enterrado en
tan simbólico templo, irónicamente junto a la muralla que el mismo convirtió en
paredón para fusilar a cientos de sus víctimas, por mucho hermano mayor que
hubiera sido y por mucho dinero que hubiera puesto para la construcción del
edificio.
Uno es la suma de todas sus partes, por lo que no vale que
los macarenos digan que está enterrado en calidad de hermano mayor honorario
(que ya les vale) y no como militar. Esto sería equivalente a decir que Hitler
se merecería un sitio destacado entre naturalistas y ecologistas por ser
vegetariano y amante de los animales.
Uno es quien es, mire hacia el lado que mire y son sus
palabras y sus acciones los que lo describen. Por ello dejo aquí una de sus
muchas frases que perfilan con detalle al personaje por el que muchos macarenos
se sienten avergonzados de tenerlo entre los muros de su templo: “Yo os autorizo a
matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante
vosotros. Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los
cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las
mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han
estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de
verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y
pataleen”.
Y tras leer sus palabras,
me reafirmo en considerar que sacar sus restos de la Basílica de la Macarena
puede ser un pequeño gesto para los sevillanos y sevillanas pero un gran gesto
para la humanidad, que diría Neil Armstrong.
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