San Luis partiendo a las cruzadas (Pintura medieval) |
Al igual que
Atlas llevaba el peso del mundo sobre los hombros, aquella España que creíamos
olvidada, llevaba el peso de la responsabilidad de saber lo que nos convenía.
Eran los legítimos dueños de la moral, del orden y de la costumbre. Eran
quienes marcaban las líneas correctas que se debían seguir, y ¡pobre de aquel
que se saliera del camino!
Los años han
pasado y con la democracia llegaron las libertades civiles, políticas y
religiosas, pero bajo el sutil asfalto sobre el que se construyó esta nueva
España, perviven aquellos que se resisten a perecer. Aquellos que siguen creyendo
que son los encargados de que las cosas estén bien hechas, de conducir
nuestras vidas no vaya a ser que nos descarriemos, de asegurar lo que Dios
manda.
Pero Dios ya
no está en el corazoncito de cada uno de nosotros, como les acostumbraban a
decir en los seminarios religiosos o retiros espirituales. Dios les ha debido
abandonar, de otro modo no se entiende la desfachatez al dañar la libertad de
tantos niños y niñas, jóvenes y hombres y mujeres que han decidido qué género
ser.
La identidad
de una persona no está en el sexo, como ese autobús endiablado ha pretendido
vociferar por plazas y ciudades. La libertad individual de ser lo que se siente
está por encima de las retrógradas reglas de ese mundo atrapado en la Edad
Media. El derecho a elegir qué ver en nuestro cuerpo es más valioso que
cualquiera de los lignum crucis repartidos por el mundo.
Pero esos
guardianes del universo no han podido aguantar más. Demasiado han soportado
durante estas décadas de democracia y libertad. Tenían que salir de las catacumbas
y gritar que aún siguen siendo los dueños de la moral, el orden y la costumbre.
Pero se encontraron esa España que tanto detestan, que se ha resistido a ser
avasallada y ha entonado de nuevo: “No pasarán”.
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