A
pesar del empeño por silenciar la voz femenina a lo largo de la
historia, la mujer ha estado siempre presente, aunque invisible.
Clara
Janés en su obra “Guardar la casa y cerrar la boca” rescata del
olvido a mujeres que contra el poder masculino dominante quisieron
ser poetisas o escritoras jugandose la vida en muchos casos.
Haciendo
un recorrido, que se inicia en la antigua Mesopotamia y concluye en
nuestros días, a lo largo de los cinco continentes, la autora
destaca en sus primeras páginas como en el Paleolítico, a la luz de
la lumbre surgieron los primeros relatos y era entonces la voz
femenina la que se escuchaba. Cómo con la llegada del
Neolítico y la dominación masculina la mujer fue siendo relegada
hasta el extremo de que en el siglo XVI, Fray Luis de León
escribiera: “Porque así como la naturaleza […] hizo a las
mujeres para que, encerradas, guardasen la casa, así las obligó a
que cerrasen la boca”. Y como expresa Clara Janés: “Este
sentir dominaba de modo tan natural, que la artista, en muchos
casos aceptaba el anonimato”.
En
esta obra, la autora nos regala poemas de mujeres antiguas y
contemporáneas que ponen de relieve su alto valor lírico y su
profundo sentimiento de búsqueda de libertad. Versos de una belleza
sublime, llenos de dolor y esperanza. Como los de la sacerdotisa
acadia Enheduanna, fechados en el 2.500 a. C. y reconocidos como la
primera voz poética.
Clara
Janés en su afán por reivindicar la gran injusticia a la que se han
visto sometidas las mujeres desde siempre y en todos los lugares del
mundo, al obligarlas a recluirse en casa y negarles todo acceso al
conocimiento, indaga en esa intrahistoria enterrada por los hombres y
rescata la existencia de mujeres que quisieron ser poetisas o
científicas y que lo consiguieron renunciando incluso a su libertad.
Porque sólo las monjas, las cortesanas y algunas
pertenecientes a clases adineradas podían ser cultas.
Así
a pesar de las palabras de Aristóteles en el s. IV : También puede
haber una mujer buena y un esclavo, aunque quizá la mujer es un ser
inferior y el esclavo del todo vil, destacaron las voces en la
Grecia del s. VII de Safo, Tais, Targelia, Diotima y Aspasia, y
como no, de Hipatia, cuyos importantes trabajos científicos se
perdieron como consecuencia de la intensa persecución que vivió y
que, sólo gracias a sus discípulos, conocemos.
En
Roma las obras de las escritoras Cornelia, Hortensia y Sulpicia
corrieron igual suerte que las de Hipatia, sin embargo Japón también
en el s. VII dio a la mujer un sitio sobresaliente en la
cultura, como consecuencia de que aún perduraban reminiscencias del
antiguo matriarcado.
Clara
Janés, sobre la España musulmana expresa que la situación de las
mujeres era más libre que en otros pueblos mahometanos. En la
cultura intelectual de su tiempo tomaban parte las mujeres y no es
corto el número de aquellas que alcanzaron fama por sus trabajos
científicos o disputando a los hombres la palma de la poesía. La
andaluza se siente casi la igual del hombre y reivindica como él, el
derecho a la vida.
En
el s. XIII destacan las poetisas del sur de Francia, trovadoras que
pertenecían a la clase alta como la condesa de Provenza, y en
el norte Marie de Champagne, hija de Leonor de Aquitania, y las
místicas consideradas maestras debido a su experiencia y al carisma
de la palabra revelada. Pero es que las mujeres también
empuñaron armas en muchas sociedades y en la cristiana medieval fue
prohibido con bula papal al inicio de la Tercera Cruzada. Matilde de
Toscana y la duquesa Gaita de Lombardía fueron algunas de ellas y en
España la reina Urraca I de León.
En
el siglo de oro en España fue habitual que las mujeres se
disfrazaran de hombres buscando la libertad que de otro modo no
podían conseguir en una época de enorme misoginia. Y en este mundo
fue tras la puerta cerrada de los conventos donde muchas encontraron
una salida. Pero sus escritos, aunque muchos se conservaron, no se
libraron del anonimato, de la manipulación y el hurto de su
escritura, ya que fueron los mismos sacerdotes y confesores los que
se apropiaban de sus textos, los sometían a una revisión final y
los firmaban.
Y
finalmente llegamos a nuestros días, a esos países que ocultan el
rostro de la mujer bajo el burka o el marmouk, reduciendo su
existencia a esa mordaza que hace cumplir el decir de fray Luis de
León, según el cual, por designio de la naturaleza, a la mujer le
toca cerrar la boca. Pero también en estos países han vivido
mujeres que se han negado a cerrar la boca, como Fátima Mernissi en
Marruecos, Assia Djebar en Argelia o Nawal al-Sa´dawi en Egipto.
Es
así, esta obra, un homenaje a la Mujer de todos los tiempos
que incluso en el convento o bajo el burka no ha cesado nunca de
manifestar su espíritu creador.
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