Navidad

 


La oscuridad deja paso a días cada vez más largos y el sol comienza su ascenso. Es el solsticio de invierno, la fecha en la que los pueblos antiguos sabían de su importancia.

Ha comenzado el invierno y ante la lejanía de la primavera llenamos de luz y colores nuestros hogares, para contrarrestar la noche y advertir de que tras ella llegará de nuevo el día.

La humanidad en el pasado ya dejó constancia de la trascendencia que para la vida significaría este momento. La cultura megalítica nos dejó un señuelo en Newgrange. Esta tumba de pasadizo de hace 5.000 años localizada en Irlanda y declarada Patrimonio de la Humanidad en 1993 se levantó otorgando al espacio sagrado la primera luz del solsticio. Otras tumbas megalíticas también han presentado igual preocupación y logro arquitectónico, dotando de trascendental significado la celebración de esta fecha.

Desde entonces, todos los pueblos que precedieron a los constructores de megalitos han conservado esta mística dedicación en sus religiones, folclores y mitologías.

Es el solsticio de invierno neolítico, es el sol invictus romano, es Yule para los germanos y celtas, es el día de la natividad para los cristianos.

Es el día en el que el frio del hemisferio norte nos recoge en casa y nos reúne con la familia y los amigos para conmemorar, como los antiguos, el comienzo del ascenso del sol, el triunfo de la luz sobre la oscuridad, el nacimiento del niño dios y el apego a la madre naturaleza.

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