Cuaderno de bitácora: Balneario de Alange




Más allá del horror que habita más allá, en un bosque de longevos pinos y frondosos sicomoros, un antiguo manantial invita al recogimiento y al silencio. Unas ancestrales aguas medicinales que alimentaron y curaron a los pueblos que habitaron la Beturia Túrdala, la Emérita Augusta , la taifa de Badajoz, y tras un vacío de 400 años, la Mérida del siglo XIX, continúa ofreciéndonos la riqueza de las profundidades de la tierra. 

Un manantial al que se adoraría, cuando era a la naturaleza encarnada en mujer a la que se adoraba, antes de que se impusieran los dioses masculinos, brota a la superficie regalando las bondades que se ocultan tras las rocas. Y en torno a él beberían, se acicalarían y ritualizarían aquellos primeros habitantes que observarían como los invasores romanos tornarían su santuario natural en una construcción artificial en la que albergar las aguas en unas termas para el descanso de los militares retirados de las contiendas bélicas en tiempos del emperador Augusto y que dedicarían a la diosa Juno.

Aquellas termas, reutilizadas por los árabes en los tiempos de Al-Andalus, quienes por ellas bautizarían a la localidad como “Alhange” o “Agua de Alá”, se olvidarían cuando los cristianos conquistaron esas tierras y habría que esperar al siglo XIX para que el terreno sobre el que se encontraba el espacio termal romano original saliera a subasta en 1863, en el marco del proceso de desamortización de Madoz. Y sería el médico del pueblo, Abdón Berbén y Blanco quien lo comprara para realizar las reformas que llevarían a la actual configuración de balneario y que en 1993 formaría parte del conjunto arqueológico de Mérida, declarado Patrimonio de la Humanidad.

Viernes 10 de noviembre.- Anochece y Alange preñada de cuestas resulta una ensoñación desierta. Caminamos en el silencio de la noche, entre balconadas cerradas y ventanas oscuras en busca de la vida, que hallamos y celebramos con vino y recetas locales. A la vuelta, el frío se debatía en duelo con el calor llegando a unas tablas que nos obligaban a ponernos y quitarnos el abrigo de encima. Y ya, en la acogedora habitación del hotel quisimos brindar por la amistad, pero las risas, el cansancio y el sueño repartió a cada mochuela a su olivo hasta la llegada del nuevo día.

Sábado 11 de noviembre.- Un suculento desayuno nos abrió la mañana que prometía una maravillosa, intensa y relajante jornada de masajes, circuitos termales, charlas, confidencias, complicidades y gastronomía a la altura de sabias sacerdotisas, osadas guerreras, inteligentes poetisas y valientes científicas.

Y el día transcurrió como fue vaticinado: nuestros cuerpos desnudos a merced de unas manos desconocidas, que nos recorrían con la confianza de quien conoce cada pliegue de nuestra piel, se desbloquearon y las tensiones acumuladas se desvanecieron como acuarela.

Nuestros rostros congestionados por la rutina se aligeraron tras el masaje que dibujó en ellos miradas empeñadas sólo en otear el presente.

Nuestra avidez por descubrir auténticos sabores a tierra y a mar fue recompensada allí donde encontramos un agradable lugar que recordaría las antiguas casas de postas.

Y el circuito termal nos devolvió al idílico estado fetal de nuestra psique que huye del alborotado ruido del mundo. El agua amniótica y cálida de la piscina termal abrumaba nuestra existencia que despertaba a la realidad tras el chapuzón de agua fría y el caminar sobre un lecho de cantos rodados que nos descubrían la sensibilidad de nuestros pies.

Pero el tiempo acordado para rememorar nuestro pasado acuático y desprendernos de la cotidianeidad resultó tan breve que en un impas estábamos en la realidad terrestre. Sin embargo, éramos ingrávidas, flotábamos sobre un espacio que estaba, pero que igual podría no estar. Esa noche dormimos como las niñas que fuimos y en parte no hemos dejado de ser.

Domingo 12 de noviembre.- La luz despierta sobre el embalse de Alange, hermoso a pesar de las escasas lluvias.

Secretos inconfesables, desvelos de antaño, anhelos de futuro y promesas de presente precedieron al paseo que, siguiendo el curso del agua, nos llevaría al nuevo sortilegio de fundar una tradición que, como todas, sólo se sustenta en la continuidad: volver cada noviembre a este espacio milenario que nos colma de paz y serenidad.

Y el paseo por Zafra para picotear y volver a brindar se convertiría en la rúbrica de este pacto entre amigas.

 

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