El asedio de Troya

 


De Theodor Kallifatides no había leído nada, hasta que cayó en mis manos El asedio de Troya, obra de 2020 sobre La Iliada, en la que el autor realiza un emotivo alegato antibelicista. Con una prosa sencilla y contundente, hermosa y beligerante, Kallifatides hace un paralelismo entre la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Troya, entre la ocupación nazi de un pueblecito griego durante el año 1945 y el asedio, por parte de los aqueos a la ciudad troyana de Príamo y Hécuba en el siglo XII antes de Cristo.

Kallifatides expresa en el epílogo de su obra que “La Iliada es uno de los más firmes poemas antibelicistas jamás escritos” y que por eso a muchísimas personas les resulta difícil leerlo. Por lo que decide abordar esta épica con la intención de hacerla atractiva a un mayor público.

No obstante, Homero, probablemente no fuera conscientemente antibelicista, sería un hombre de su tiempo que recopiló relatos antiguos, posiblemente de tradición oral y transcribió como retratos de una sociedad que hoy vislumbramos lejos. Y también, como hombre de su tiempo, dejaría escrito en La Odisea, uno de los episodios más clarividentes de la tradición literaria occidental de silenciar a las mujeres, cuando Telémaco manda callar a Penélope y le dice: “madre, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca, y ordena a las criadas que se apliquen al trabajo. El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”.

Sin embargo, Kallifatides sí es conscientemente antibelicista y su sentimiento lo va desgranando en cada página, en cada párrafo, en cada frase. Y es también este escritor griego, afincado en Suecia, un hombre de su tiempo y, por tanto, feminista convencido, que da voz a las mujeres troyanas Hécuba y Andrómaca, a Helena de Esparta y a Briseida de Linerso. Pero también da la palabra a la señorita Marina que conduce el relato entre el dolor de la ocupación nazi y el del asedio de Troya, entre el público lector y el público diegético infantil que escucha expectante el relato homérico. Y, además, da protagonismo a la joven Dimitra quien dirá: “odio ser una chica. Voy a acabar como mi madre. Jamás estudiaré, me casaré con un borracho y me quedaré embarazada dos veces al año”. Dimitra también será quien cuente la tragedia del embarazo de Katerina, a quien su padre asesinará para proteger la honra de su familia, como Agamenón, asesinará a su hija Ifigenia en busca de la gloria que le otorgaría la victoria sobre Troya. Ante sus dudas, Menelao y Ulises dirán “¿O es que vamos a estar aquí esperando durante años por el bien de una muchachita?”.

Porque, como también expresará Kallifatides, “el cuerpo de la mujer es el campo sobre el que los hombres se pisan, unos a otros, el honor y la gloria”. Y para justificar esa apropiación patriarcal del cuerpo femenino, ese desigual reparto de roles, ese desprecio hacia las funciones culturalmente asignadas a la mujer hubo que inventarse a Eva en Oriente y a Helena en Occidente. Para que ellas cargasen con todos los males del mundo, para justificar todas las violencias sobre las mujeres que Kallifatides se encargará de plasmar, más allá de la primera línea de batalla, incluyendo en su narración también el valor de las partisanas, sepultadas bajo la tozudez del olvido. 

“Ganara quien ganara la guerra, ella siempre sería la derrotada”.


 

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