La mano invisible

 


Abordar la concepción del trabajo que entendemos hoy, recordando de dónde venimos y advirtiendo de los retos de futuro, se me antoja una tarea, como mínima, comprometida. Y es también una apuesta arriesgada, por la dificultad que supone desarrollar un posicionamiento sin fallas, sobre un asunto colmado de complejidad. Sin embargo, Isaac Rosa lo logra en su obra La mano invisible, una distopía en la que realiza una tomografía del mundo laboral actual para invitarnos a una profunda reflexión llena de interrogantes.
 

La novela, cuyos capítulos se configuran en virtud de los diferentes trabajadores que escoge el escritor para describirnos el universo laboral individual y colectivo en el que cada uno somos una pieza de un gran engranaje superior, representa en sí misma, otro producto más del mercado capitalista en el que estamos inmersos. Mercado que abarca todas las tareas consideradas de menor cualificación hasta las que ingenuamente se creen estar liberadas de las connotaciones negativas adheridas al concepto de trabajo.

 

Así, el autor utilizará las palabras, la gramática y la sintaxis como ladrillos, piezas de metal o de costura, o animales convertidos en filetes, para compartir con los lectores la atmósfera de alienación que respiran sus personajes, que tras firmar un contrato con una empresa invisible exhibirán sus esfuerzos ante la mirada expectante de un público que acude a diario al espectáculo.

 

Cada personaje, como los de Antoine Saint-Exúpery representarán una idea, pero a diferencia de los que irán llegando al planeta de El Principito, en la novela de Isaac Rosa estarán todos al unísono sobre el escenario, mientras que el foco del relato omnisciente del autor irá, de uno en uno, desvelándonos sus secretos.

 

Los relatos de estos personajes desgranarán asuntos como la invisibilidad del trabajo y la invisibilidad de los trabajadores; la importancia del trabajo por encima del individuo, su mística y su esclavitud; la tradición laboral como condena; la usurpación de la vida privada y personal; el valor del tiempo y la pérdida del valor del tiempo; el no trabajo al ser considerado arte y el trabajo como explotación, serán algunas de las cuestiones que el autor tratará con exquisita meticulosidad, inmersas en una narración que atrapa, como en un bucle infinito.

 

Y ello aderezado con la pátina de la frivolidad de convertirlo todo en espectáculo, en exposición permanente, en la que el pudor desaparece tras las paredes del panóptico en el que se nos mira y vigila a la vez. Así, el espacio en el que se desarrolla la exhibición también adquiere categoría de personaje, junto a la marginalidad que participa del sistema, como el público, entre el que nos encontramos como lectores y lectoras, e incluso los reflectores que no dejan ver la realidad que habita tras su frontera.

 

Isaac Rosa, en esta obra publicada en 2011 que, como él mismo menciona hay huellas de Bentham, Bretch, Chaplin, Engels, Foucault y Adam Smith entre muchos otros, nos da un baño de humildad, un azote a nuestras conciencias al dirigir nuestra mirada hacia la incomodidad de lo invisible.

 

En 2016 David Macian dirigió y escribió junto a Daniel Cortazar la adaptación cinematográfica de esta novela sin lograr transmitir la profundidad de la obra literaria. El guion alcanza únicamente a rozar la cáscara del pensamiento que despliega Isaac Rosa quedándose en la anécdota, independientemente del bajo presupuesto con el que desgraciadamente contaran. Sin embargo, la interpretación de los actores es extraordinaria. Una lástima haber tenido tan buenas intenciones en una adaptación que no logró estar a la altura de la novela.

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