In memoriam


El profesor, pensador, lingüista clásico, y sobre todo escritor, Antonio Jiménez Casero nos legó en sus obras lo que el fatal destino le permitió, no obstante, consiguió retar al olvido con la memoria de sus escritos. Memoria que he querido recordar a modo de semblanza literaria en la revista Confluencia de la University of Northern Colorado.

Recién publicada en el volumen 37, número 1, transcribo aquí el texto, e incluyo la dirección en la que se encuentra alojada.

 Reseña en la revista Confluencia 

Medea murió en Corinto

“Un grupo de muchachas humanistas, rebeldes, curiosas, divertidas, me impulsaron a acometer este relato en una clase de Literatura Griega” escribe Antonio Jiménez Casero a modo de introducción. Y es que, en varias ocasiones, durante sus clases de griego había defendido a Medea, a la que consideraba una de tantas mujeres denostadas por la Historia escrita con letras de varón. Ante sus insistentes alegatos feministas las alumnas le retaron a que inmortalizara esa nueva Medea y así surgiría el lazo que vincularía eternamente al autor con su personaje.

“Mi Medea”, como me confesó en secreto y entre susurros, era su obra preferida. La primera de ellas fue El morador Insomne, premio Felipe Trigo en 1988, reeditada en 2018 y, desde que se jubiló en 2016, publicaría Medea murió en Corinto, No vuelvas Odiseo y eLaberinto presentada en marzo de 2020. Entregado en cuerpo y alma a la escritura después de décadas dedicado a la enseñanza clásica en institutos de secundaria sólo pudo regalarnos estas cuatro hermosas obras, dejando inconclusa la novela en la que estaba trabajando sobre la Sevilla del Renacimiento. Antonio Jiménez Casero, como Svetlana Sokolova, protagonista de eLaberinto, tuvo nostalgia del futuro, y como en una trágica premonición, falleció en junio de 2020.

Transitó entre el mundo clásico y un mundo soñado, igualitario, tolerante, sin fronteras ni discriminaciones, justo y sincero, pero aún inalcanzable. Se rebeló ante la injusticia, la frivolidad y la mentira siempre recordando a los desheredados, a los marginados y como no, a la mujer. Desde las páginas de sus obras defendió la dignidad de los hombres y mujeres del campo, aquellos zagales con los que compartió lecturas al calor de la lumbre en su infancia extremeña y criticó el poder y la soberbia de los señoritos que condenaron al pueblo a la pobreza y a la servidumbre durante los años del franquismo en España. Jiménez Casero vivía por y para las palabras y Medea murió en Corinto sería su mayor homenaje a la fábula.

“Aedo mentiroso, aedo mentiroso”, fueron las palabras con las que Medea se dirigía a Kión, el poeta jorobado y maltrecho que Jasón escogió para que inmortalizara sus aventuras. “Aedo mentiroso” son las palabras que todavía retumban en mi memoria y no dejan de martillear mi alma, incluso después de haber terminado la lectura de esta hermosa obra poética.


 “Las mentiras de un poema describen el pasado que quisimos vivir y no pudimos, e insinúan las esperanzas en un futuro que queremos apresar y no podemos vislumbrar” son los pensamientos que Antonio Jiménez, autor de esta novela, pone en boca de Kión, para invitarnos a reflexionar sobre cómo la Historia es propiedad de los vencedores y está llena de mentiras. Pero da igual. Lo cierto es que la verdad no interesa, importa lo que la gente cree. Y la gente creyó durante cientos de años que Medea fue una bruja que se comió a sus hijos en venganza por el abandono de Jasón.


Ante este bucle de creencias malintencionadas, el autor, que fue profesor de latín y griego en un instituto público de Sevilla, se atreve a romper el arquetipo que poetas de la antigüedad construyeron en torno a la figura de Medea. Arquetipo de mujer vengativa, rencorosa, conocedora de malas artes y llena de defectos de los que una mujer “de bien” debe huir y que, sin embargo, en esta nueva Medea se legitiman, experimentan un empoderamiento como reivindicación de la lucha de una mujer que, como tantas otras, ha sido víctima y denostada por el patriarcado. “No hagáis como Medea. Una griega decente prepara su ajuar, toma su dote y acude a la casa del marido que su padre eligió para ella (…). Pero, “esa Medea obró de una manera que conduce al desastre; ella compró un marido con el tesoro de su padre y le impuso sus condiciones (…)”. Ese fue su delito. Quiso ser como un hombre y la condenaron por ello.


La novela Medea murió en Corinto editada por Chiado Books es la reinvención de un mito, un canto feminista y matriarcal, que incluso otorga a la madre la valentía de enfrentarse a los dioses y al destino que le tenían asignado a su hijo Kión, venciendo, precisamente gracias a la palabra, a la fábula.

Pero también es un homenaje a los desheredados de la tierra, a los campesinos, al pueblo, encarnado en la figura de ese jorobado que inventa a la malvada Medea y luego se arrepiente.


Es una crítica al enriquecimiento de pueblos a costa del empobrecimiento de otros, una apología en contra de la guerra y una ventana a la esperanza, aludiendo a la utopía como lo hacían los autores antiguos, no ubicándola en el futuro, sino en un lugar concreto, en este caso la Grecia Euxina donde no hay dioses, reyes, ni tiranos, ni mendigos, sino hombres y mujeres libres en igualdad. “Un pueblo prisionero de sus miedos es un pueblo sin futuro, un pueblo que teme aprender cosas nuevas, es un pueblo con vocación de esclavo (…) Es un error ver como enemigo al forastero. El lugar que recibe bien a los extraños acaba por convertirse en una tierra rica”.


Con una prosa depurada, cuidada hasta lo inimaginable, nítida, sencilla y bella, construye imágenes que nos trasladan al mundo antiguo. Detalla sus costumbres, sus sueños y sus debilidades para recordarnos que, a pesar del paso de los años, no ha cambiado nada.


La ambición desmesurada de Jasón es el hilo conductor de esta novela que se narra con perfil cinematográfico. “El oro no debiera ser la razón para emprender ningún viaje”, le recrimina el viejo Ireneo a Jasón, y le increpa: “eres un hombre simple, incapaz de comprender el mundo, tu simpleza te convierte en un hombre peligroso, porque no ves en los demás a tus iguales. Una soberbia ciega y enfermiza te impulsa a ver en ellos sólo instrumentos de tu ambición o víctimas de ella si es preciso”.


Y es, sobre todo, un homenaje a la fábula. Historias dentro de historias que borbotean en el interior del caldero que oculta todos los secretos y es capaz a la vez de extraer la esencia de la vida.


La clave de bóveda: la última frase que condensa todo el propósito de la obra.

 


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