Naturaleza salvaje

 


Cuando me desperté el volcán seguía allí, respirando desde las profundidades de la tierra, exhalando fuego y rugiendo con la misma cadencia que el romper de olas en la orilla del mar. 
El mismo volcán, por cuyo cráter habíamos paseado hace años, creyendo que su erupción sólo sería memoria del pasado. 

El volcán de La Palma continúa desplegando lentamente su cola y las llamas que nacen de sus fauces siguen iluminando la noche. La misma noche que hace 20 millones de años dio origen a la isla. La lava que ya ha cubierto más de 190 hectáreas, ha destruido unas 420 edificaciones y ha hecho desaparecer 16 kilómetros de carreteras, recorre sinuosa la voluble geografía de un paisaje que se está dibujando de nuevo. 

La isla de La Palma ya no volverá a ser la misma, como tampoco lo serán sus habitantes que han vivido la vulnerabilidad del ser humano. Pero, tampoco seremos los mismos los que desde la distancia contemplamos la tragedia en directo siendo capaces de imaginar tanto dolor y sufrimiento y contemplar, a la vez, la belleza que provoca la naturaleza salvaje.

 

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