Tocar la inmortal piedra desde lo más alto

 


La primera Catedral, o Catedral vieja de Salamanca comenzaría su construcción en la segunda mitad del siglo XII, extendiéndose hasta el primer cuarto de la siguiente centuria, pero en el siglo XVI, resultaría pequeña, como consecuencia del crecimiento de la población. Se hizo, entonces, necesaria una nueva Catedral y en lugar de derribar la vieja, de estilo románico y bien conservada, se decidiría levantar otra, ahora gótica, a su lado convirtiendo a la ciudad de Salamanca en exclusiva al contar en la actualidad con la suerte de dos Catedrales en pie y supervivientes a un tremendo incendio y al trágico terremoto de Lisboa.

Disfrutar de la belleza que impone su arquitectura es uno de los privilegios que ofrece visitar esta hermosa y monumental ciudad, que rememora la época de la construcción de Catedrales haciéndonos conscientes de las dificultades que su obra presentaría en aquellos lejanos tiempos.

Maravillarse de su armónica composición, de la robustez de sus arcos y columnas, de sus arbotantes y pináculos es habitual cuando desde la humildad que provoca estar apegado al suelo, miramos hacia el cielo que las enmarca.

Sin embargo, nada es comparable al placer de tocar la piedra de los tejados de las naves principales al atardecer. Estar en el campanario, a 110 metros de altura y escuchar el repicar de las campanas que casi se podían rozar con los dedos. Nada es comparable con contemplar la nave central y el altar mayor de la catedral vieja desde una perspectiva sólo reservada a los antiguos constructores. Y, sobre todo, nada es comparable con contemplar el crucero de la catedral nueva desde lo más alto de sus columnas en la penumbra que sólo se iluminaba al compás de una música embriagadora que invadía mágicamente todo el espacio.

Ascender por decenas de escalones en forma de caracol por el interior de las torres medievales de la catedral vieja en un día como hoy ha sido un regalo inesperado que nos ha hermanado con los antiguos constructores que, a riesgo de perder la vida a diario, tocaban la inmortal piedra desde lo más alto.

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